Cuando todo se detiene, comienza algo sagrado: la revelación del silencio en la crisis

En un mundo que recompensa la velocidad, la productividad y el ruido, el más sagrado generalmente se revela en silencio. Pero no ningún silencio: el que se rompe cuando todo se detiene. Cuando los conocidos se desmoronan, cuando las certezas caen, cuando la vida, como si obedeciera un diseño invisible, nos deja solos con lo que realmente somos.
No siempre lo entendemos al principio. La crisis se disfraza de pérdida, vacío, enfermedad, ruptura o una tontería existencial que desarme los planes del ego. Todo parece salir. Pero allí mismo, en ese aparente desierto, comienza la verdadera revelación.
La espiritualidad no es un camino de respuestas inmediatas, sino de preguntas que maduran en el alma. Y hay uno que siempre aparece en medio del caos: “¿Qué quiere decirme la vida?” Si la escuchamos del personaje, solo encontraremos frustración. Pero si el silencio, ese silencio interno, comenzamos a percibir otra dimensión. Una guía que no proviene de la mente o del pasado. No grita, pero se transforma. No se impone, sino guía.
No es una voz. Es una presencia.
Una presencia que se siente cuando todo lo demás se desvanece. Una inteligencia sutil que nos dice, sin palabras, que hay algo que ya no se puede negar. Un talento para dormir, una herida que pide ser abrazada, una verdad que quieres emerger, una identidad más profunda que lucha por nacer.
Las pruebas no son castigos. Son umbral. Portales que nos invitan a pasar del personaje al ser. Espacios de vacío fértiles donde se puede surgir lo verdadero sin la interferencia del mundo exterior.
Por lo tanto, en tiempos de crisis, el acto más sabio no es correr, ni llenar el silencio con distracciones o buscar respuestas afuera. El acto más sabio es detener aún más. Respirar. Escuchar. Y permita que este trastorno aparente sea una reconfiguración profunda del ser.
Porque cuando todo se detiene, no es el final.
Es el alma que dice, sin palabras: “Ahora, prepárate para recordar quién eres”.
*** Práctica sugerida: el silencio revelador **
Busque un momento del día para quedarse quieto durante 10 minutos. Sin música, sin pantallas, sin expectativas. Solo tú contigo. Cierra los ojos y pregúntate suavemente: *”¿Qué quieres emerger en mí que aún no estoy viendo?” *
No responda con la mente. Solo escucha. Hay una guía esperando ser reconocida.
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