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Otro.
Y ya son cien.
La política española vive inmersas en una fiebre inusual para los títulos académicos.
Mientras que los ciudadanos asisten con renuncia, y, por qué no decir, una cierta dosis de incredulidad, al desfile del plan de estudios inflado, el caso de José Luis Quintana Álvarez, delegado del gobierno en Extremágues en el medio del verano para reavorizar el debate eternal sobre el honestidad y el verdadero mérito de aquellos que manejan el público en el público.
Pocos puestos públicos pueden presumir de una carrera tan larga en política regional como Quintana.
Su llegada a la delegación del gobierno, en diciembre de 2023, se llevó a cabo entre promesas de transparencia y diálogo institucional. Sin embargo, esa imagen ordenada ha sido empañada por la revelación que ha estado presentando como un diploma universitario sin realmente completar sus estudios.
El episodio recuerda otros escándalos recientes: desde la renuncia fulminante del comisionado del gobierno para el Dana después de descubrir su título ficticio, hasta la reciente tormenta de los medios que ha salpicado a los líderes tanto del PSOE como del PP. Pero Quintana se destaca por su perseverancia. Veinte años manteniendo un título que nunca se levantó en el papel oficial, cuanto menos, una mención de honor de la constancia … o tal vez la imprudencia.
El fondo: una epidemia transversal
El caso Quintana está nada menos aislado. En las últimas semanas, se han descubierto irregularidades similares entre los socialistas como Manuel Borrego, el secretario general del PSOE en Badajoz y el alcalde de Valverde de Leganés, quien apareció en documentos oficiales como “ingeniero químico” a pesar de no haber completado los créditos necesarios para obtener el título. En Borrego carece de doce créditos para graduarse y, sin embargo, su hoja de servicio público permanece adornada con ese título inacabado. La situación ha generado un terremoto interno en el partido y ha reabierto heridas sobre la credibilidad y el doble estándar en la demanda ética.
La lista no termina allí: Pilar Bernabé (delegado del gobierno en Valencia), Cristina Narbonne (Presidenta del PSOE) o Patxi López (ex Presidenta del Congreso) han tenido que aclarar, o directamente correctas, sus trayectorias académicas frente a dudas y rectificaciones forzadas por los medios de comunicación y las redes sociales. Hasta que el propio presidente Sánchez, el propio controvertido durante años sobre el plagio parcial de su tesis doctoral.
Las consecuencias: descuentos y la enfermedad ciudadana
La reacción pública a estos episodios oscila entre el aburrimiento y la indignación. El problema no reside solo en el hecho específico de obtener un plan de estudios, sino en la constante erosión de la confianza ciudadana hacia las instituciones democráticas. No es extraño escuchar comentarios irónicos sobre “diplomas perpetuos” o “títulos imaginarios”, mientras que muchos ciudadanos recuerdan, con un cierto escepticismo, los sacrificios personales que implican obtener un título universitario legítimo.
La falta de consecuencias reales para aquellos que falsifican su formación alimenta el sentimiento de impunidad. Las rectificaciones generalmente llegan tarde y mal, cuando el daño de reputación ya está causado. La revisión forzada de los planes de estudio se ha convertido en casi su propio género periodístico.
A nivel político, el Extremadura Psoe intenta demarcar las responsabilidades al señalar que algunos casos son simples “errores administrativos”, mientras que otros, el adversario, serían “mentiras flagrantes”. Un ejercicio dialéctico que recuerda al malabarismo del ilusionismo: lo que es serio para algunos se convierte en un simple resbalón para otros.
¿Un fenómeno nacional?
España parece haber pagado a una especie de “Feria Nacional del Título del Fantasma”. De norte a sur y de izquierda a derecha, los casos se multiplican:
Políticos que agregan títulos o maestros no existentes. Cargos públicos que omiten a los sujetos pendientes como si fueran detalles sin importancia. Biografías oficiales que resisten la actualización a pesar de la evidencia periodística.
En este contexto, es difícil no ver algo de humor involuntario en algunas justificaciones ofrecidas por los protagonistas: desde atribuir todo a “mecanismos administrativos pendientes” hasta apelar al olvido o “error de la computadora”. Ni siquiera hay aquellos que exigen que “ignoren las cosas hace ocho años”, como si el tiempo funcionara en milagros sobre la verdad académica.
Curiosidades y datos llamativos
En Extremadura, tanto el delegado del gobierno José Luis Quintana como el líder provincial Manuel Borrego han compartido una fiesta … y aman los títulos incompletos. El fenómeno no distingue paradójicamente la acrónica, para garantizar la calidad educativa, ha llegado a justificar públicamente a los colegas indicados al falsificar títulos. La ironía popular ya circula en las redes sociales: “En España hay más títulos de fantasmas que castillos medievales”.