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El remoto refugio de cocalero en el que el izquierdista Evo Morales se esconde de la justicia

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Cuatro horas desde sinuoso camino desde Cochabamba, en el corazón de los trópicos bolivianos, lauca ñ se eleva, un pequeño pueblo convertido en fortaleza.

Allí, entre caminos bloqueados y puestos de control improvisados, Evo Morales ha sido un año refugiado, protegido por un grupo de cocaleros de la ciudad autodenominados.

Armados con lanzas de madera y escudos artesanales, estos campesinos monitorean el acceso al líder indígena, en una escena que parece extraída de una distopía de la película.

Hoy, 20 de agosto de 2025, la imagen de Morales arraigados simboliza la profunda fractura política y social de Bolivia.

En las últimas semanas, las cámaras han logrado capturar el entorno en torno al ex presidente: controles ferrosos en el acceso, cortar carreteras y una comunidad movilizada para evitar cualquier intervención policial o militar.

Morales, según sus familiares, se mueve solo en vehículos blindados y alta velocidad cuando debe abandonar el recinto, siempre escoltada por caravanas de partidarios y bajo la constante amenaza de arresto.

🇻🇪 Nicolás Maduro: corrupto
🇦🇷 Cristina Kirchner: corrupto
🇭🇳 Zelaya y Castro: corrupto
🇧🇴 Evo Morales: corrupto
🇪🇨 Rafael Correa: corrupto
🇨🇴 Gustavo Petro: corrupto
🇨🇺 Díaz-Canel: corrupto
🇧🇷 Lula da Silva: corrupto
🇧🇷 Dilma Roussef: corrupto
🇳🇮 Daniel Ortega: corrupto
🇵🇪 Ollanta … pic.twitter.com/dr0mrl7z6y

– Flávio 🇧🇷🇺🇸🇮🇱 (@Alexbrasile22) 20 de agosto de 2025

El peso de la justicia y la política

La situación de Morales empeoró a fines de 2024, cuando la oficina del fiscal de Tarija emitió una orden de arresto contra él, acusándolo de tráfico agravado de personas. El caso se remonta a los presuntos hechos de 2015 y ha sido utilizado repetidamente por la oposición y los sectores gubernamentales para exigir su arresto. En mayo de 2025, la orden aún estaba en vigor después de ser anulada y luego restaurada por diferentes tribunales. El Ministro de Justicia, César Siles, ha dejado en claro que la persecución judicial no se ha detenido.

Morales, por otro lado, niega las posiciones y las califica como maniobras políticas para evitar que participe en la vida pública. “Si no hay víctima, no hay crimen”, repite, en referencia a la declaración de la joven involucrada, que niega haber sido una víctima. Sin embargo, la cerca legal y de los medios se ha estrechando a medida que se acercan las elecciones presidenciales, la más incierta en dos décadas.

Los Cocaleros, un guardia pretetoriano

El personal general de la gente actúa como un verdadero escudo humano alrededor de Morales. No son solo campesinos leales: su estructura recuerda a una guardia pretoriana, organizada y decidida a evitar cualquier operación policial. Su armamento rudimentario, basado en lanzas de madera y escudos hechos a mano, simboliza tanto la precariedad como la determinación de un movimiento que ha convertido la defensa de Morales en una causa colectiva.

Entre sus filas, predominan los antiguos aliados sindicales del ex presidente, muchos de ellos protagonistas de las luchas de cibal contra la erradicación forzada promovida hace décadas por los Estados Unidos y los gobiernos anteriores. El vínculo entre Morales y Los Cocaleros, forjado en años de represión y resistencia, ha sido reforzado con el asedio judicial actual. El eslogan es claro: “No sucederán”, repita aquellos que monitorean los accesos al refugio.

Una campaña fantasma y el pulso con la derecha

Mientras tanto, Morales no ha dejado de ejercer la influencia política. De su refugio, organiza Hechos, coordina sus bases y realiza programas radiales. Aunque los tribunales han prohibido comparecer como candidato, mantiene una “campaña fantasma” que moviliza a miles de seguidores en todo el país.

La situación es parte de un giro político decisivo para Bolivia. Después de dos décadas de dominio del Movimiento de Socialismo (MAS), el derecho está emergiendo como un favorito en las encuestas, con Samuel Doria Medina y Jorge Quiroga liderando la intención de votar. El desgaste interno del MAS, las acusaciones de autoritarismo y la crisis económica han facilitado el avance de la oposición. Los nuevos candidatos prometen desmontar el aparato político construido por Morales y restaurar las libertades individuales, en un contexto marcado por la polarización.

Antecedentes y perspectivas

El exilio interno de Morales comenzó después de la crisis posterior a la elección de 2019, cuando se vio obligado a abandonar el país en medio de acusaciones de fraude y violencia. Su regreso, dos años después, no pudo calmar las aguas: tensiones institucionales y fracturas dentro de las quejas más persistidas y judiciales contra él.

En el pasado, Morales sabía cómo transformar el movimiento de cocalero en una fuerza nacional capaz de desafiar la interferencia estatal y extranjera. Bajo su mandato, la legalización parcial de la coca y la política de “Coca, sí, la cocaína no” obtuvo apoyo y críticas en partes iguales. Hoy, esas mismas alianzas se reactivan para protegerlo de una justicia que considera instrumentalizada por sus adversarios.

El futuro es incierto. Morales, de 65 años, insiste en que no dejará Bolivia y continuará luchando. Sus seguidores creen que su liderazgo sigue siendo esencial para el país, mientras que sus rivales apostan por una renovación política que deja atrás el ciclo MAS. Todo dependerá de la capacidad de movilización entre sí y del resultado de los procesos judiciales pendientes.

Llaves del momento

Evo Morales sigue siendo un refugiado en Lauca ñ, protegido por Cocaleros con lanzas y escudos, en un clima de máxima tensión. La orden de arresto sigue vigente, aunque el proceso judicial está rodeado de controversia y acusaciones de motivación política. El movimiento de cocalero, organizado como el personal general de la gente, actúa como una barrera física y simbólica contra cualquier intento de captura. El país enfrenta un derecho crucial. Más debilitado por las divisiones internas y la ausencia efectiva de su líder histórico.

La imagen de Morales, arraigada y rodeada de leal, es hoy la metáfora de un país en suspenso, que debate entre la continuidad de un ciclo político y la apertura a un nuevo escenario. El resultado, aún incierto, marcará el futuro de Bolivia y la región.

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