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No está claro que lo hubiera hecho bien.
Pero nunca se sabe.
El 17 de noviembre de 1952, el panorama político mundial vivió un episodio tan inesperado como revelador: el gobierno de Israel ofreció la presidencia del país a Albert Einstein, el físico más famoso del siglo XX.
Las noticias recorrieron el mundo en cuestión de horas e, incluso hoy, continúa generando fascinación y preguntas sobre el significado de ese gesto.
¿Por qué un científico, quedado de la política activa, se consideró para la posición más alta de una nación recién nacida?
¿Qué motivó su negativa?
Hoy, 17 de agosto de 2025, la historia de la invitación a Einstein adquiere una nueva relevancia para el debate permanente sobre la relación entre ciencia, política y liderazgo moral.
El contexto internacional y las tensiones en el Medio Oriente mantienen las preguntas sobre el papel de las figuras públicas en la construcción de los estados.
El contexto: Israel busca legitimidad y símbolos después de su independencia
El nacimiento de Israel en 1948 fue uno de los mayores cambios geopolíticos en la posguerra. El nuevo estado, fundado después de la partición de Palestina y la guerra posterior con sus vecinos árabes, enfrentó enormes desafíos: legitimidad internacional, cohesión interna y, sobre todo, la búsqueda de símbolos capaces de unirse a una población diversa, marcada por la diáspora y el trauma del holocausto.
Después de la muerte de Chaim Weizmann, primer presidente de Israel y una figura clave del sionismo, el gobierno de David Ben Gurion necesitaba un sucesor con un peso moral y un reconocimiento internacional incuestionable. Einstein, un judío alemán en los Estados Unidos, reunió todas estas condiciones. Su defensa de los derechos humanos, su compromiso con la causa judía y su prestigio científico lo hicieron, a los ojos del gobierno israelí, el candidato ideal para un puesto que fue, sobre todo, simbólico y ceremonial.
Carta de Einstein: humildad, honestidad y reflexión sobre el poder
La propuesta se formalizó a través del embajador de Israel en los Estados Unidos y la ONU. Einstein, entonces profesor emérito en Princeton, tenía 73 años y había estado lejos de la política activa. Su respuesta, fechada el 18 de noviembre de 1952 fue tan elegante como abrumadora:
«Estoy profundamente conmovido por la oferta de nuestro estado de Israel, y al mismo tiempo entristecido y avergonzado por no poder aceptarlo. Me temo que me falta habilidades naturales y la experiencia necesaria para tratar adecuadamente con las personas. Un presidente debe ser alguien con habilidades sociales extraordinarias, y yo no soy una de esas personas.
Einstein reconoció su vínculo con el pueblo judío, “mi vínculo humano más fuerte”, pero no dudó en señalar sus limitaciones personales y su falta de experiencia política. Su rechazo no solo sorprendió, sino que fue interpretada como un acto de honestidad y coherencia. El propio Ben Gurion comentó, después de saber la respuesta: “Si hubiera aceptado, habríamos tenido problemas”.
Einstein y política: compromiso moral, distancia institucional
Aunque Einstein nunca ocupó posiciones políticas, su biografía está marcada por el compromiso con las causas sociales y políticas. Desde su escape del nazismo hasta su apoyo al sionismo y la base de la Universidad Hebrea de Jerusalén, su figura siempre asociada con la defensa de los derechos humanos y la paz.
Sin embargo, Einstein mantuvo una posición crítica contra el poder y la gestión política. En varias cartas y declaraciones, advirtió sobre la necesidad de buscar una relación honesta entre judíos y árabes, e incluso alertado contra la superficialidad con la que muchos líderes trataron el conflicto en el Medio Oriente. “Si los judíos no encuentran una forma de relación honesta con los árabes, no habremos aprendido nada en dos mil años de sufrimiento”, escribió Chaim Weizmann en 1929.
Su rechazo a la presidencia fue, por lo tanto, una extensión lógica de su filosofía personal: prefería influir en el pensamiento y la ciencia, sin estar atrapado en las redes de poder institucional.
Un gesto con un eco internacional
La noticia de la invitación y rechazo de Einstein tuvo un impacto inmediato en la prensa internacional. Para muchos observadores, el gesto del gobierno israelí fue un intento de asociar la legitimidad del nuevo estado con una figura universalmente respetada. La respuesta de Einstein, por otro lado, se leyó como un reclamo del papel de la ciencia y la ética, frente a las tentaciones del poder.
En los años siguientes, la presidencia cayó ante Yitzhak Ben-Zvi, un político experimentado y cerca de la línea de Ben Gurion. Pero el episodio dejó una marca indeleble en la memoria colectiva, como un símbolo de la búsqueda de líderes capaces de unirse al prestigio intelectual y la autoridad moral.
¿Qué habría pasado si Einstein hubiera aceptado?
Los historiadores y analistas han especulado con los posibles escenarios alternativos. ¿Cambiaría la dirección del conflicto árabe-israelí? ¿Einstein habría influido en la política internacional de Israel? La verdad es que, aunque su prestigio era indiscutible, las tareas del presidente israelí eran esencialmente representativas, sin un verdadero rórdico ejecutivo. Sin embargo, su presencia podría haber reforzado la imagen de Israel como una nación comprometida con la ciencia y la cultura, aunque es poco probable que la dinámica del conflicto regional haya alterado sustancialmente.
Un legado de coherencia y humildad
Hoy, la anécdota continúa inspirando debates sobre la relación entre la ciencia y la política, y sobre la importancia de la honestidad en el ejercicio del poder. En tiempos de polarización, la historia de Einstein y la presidencia de Israel recuerdan que el verdadero liderazgo no siempre reside en aceptar los cargos más altos, sino saber cómo reconocer los límites y actuar en consecuencia.
La invitación a Einstein fue un tributo a su figura, pero su negativa fue, tal vez, una lección aún más valiosa para las generaciones futuras.