Sidra Shahdad
Escribo esta carta con un corazón pesado, lamentando el trágico y sin sentido asesinato de dos personas cuyo único crimen era el amor y casarse contra los deseos de su familia. Sus vidas fueron interrumpidas no por extraños, sino por aquellos que deberían haberlos protegido y apoyado sus propios miembros de la familia. Esta no es solo una tragedia personal, es un reflejo de las normas sociales profundamente arraigadas que colocan al “honor” familiar sobre los derechos humanos básicos. En nombre de la tradición de preservación, el amor fue castigado, se negó la libertad. Y se perdieron vidas inocentes. No debemos dejar que estas historias se desvanezcan en silencio. Estas víctimas eran seres humanos con sueños, esperanzas y el derecho a elegir su propio camino. Ninguna cultura, religión o estructura familiar debe justificar el asesinato. Debemos levantar nuestras voces para decir: el amor no es un crimen. Para las familias, las comunidades y los gobiernos que permiten que tal violencia continúe su silencio y complicidad son parte del problema. Y para aquellos que luchan por la justicia, la dignidad y el derecho a amar libremente. Su trabajo es más importante que nunca que la tragedia sirva no solo como un momento de duelo, sino como un llamado a la acción. Se lo debemos a las víctimas y a todos aquellos que aún viven con miedo a exigir justicia y construir un mundo donde el amor no cuesta una vida. Con la más profunda simpatía y determinación
