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Israel, los Estados Unidos y el ataque a Qatar

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MADRID – El ataque israelí contra miembros de la delegación de Hamas en Qatar, se reunió para discutir una propuesta de alto el fuego, marca un punto de inflexión político que va más allá del marco inmediato de la guerra en Gaza. No fue un mero acto militar ni una operación de rutina: fue un movimiento calculado con implicaciones más amplias. En cuestionamiento de la validez de la diplomacia, expuso la vulnerabilidad de los aliados de Estados Unidos, y soltó que el sistema de alianza regional descansa en la subordinación, no en la soberanía.

Este movimiento se ajusta a un patrón más amplio. Durante la llamada “Guerra de 12 días”, cuando Washington y Teherán tenían contactos preliminares sobre un posible nuevo acuerdo nuclear, Estados Unidos lanzó huelgas sobre las instalaciones nucleares iraníes, mientras que Israel llevó a cabo operaciones militares directas en territorio iraní. La coincidencia no fue accidente. Lo que se suponía que era un proceso de diálogo político fue acompañado, de hecho condicionado, por el uso de la fuerza. En ambos contextos, entonces Irán, ahora Qatar, el mensaje era el mismo: la diplomacia no restringe la coerción militar; se despliega bajo su sombra.

El aspecto más significativo de lo que sucedió en Doha no fue el daño infligido a Hamas, sino la señal enviada a toda la región. La diplomacia, tradicionalmente un espacio protegido incluso en los conflictos más duros, ha perdido esa condición. Un proceso concebido para explorar un alto el fuego se convirtió en el escenario de la violencia política.

El impacto simbólico es profundo. Israel y, en última instancia, Estados Unidos envió un mensaje inequívoco: no reconocen a sus homólogos en un plano de legitimidad. La negociación, que debería implicar al menos un reconocimiento mínimo de la igualdad soberana, se degrada en otro riesgo. La tabla de negociación ya no es una garantía de tregua, sino un lugar expuesto a la presión o incluso a la eliminación.

En un nivel sistémico, este cambio erosiona los cimientos del orden internacional. Si las conversaciones no proporcionan protección ni incentivos claros, la violencia se reafirma como el instrumento central, reduciendo el espacio disponible para la mediación política.

Qatar: un aliado expuesto

El hecho de que este ataque tuvo lugar en Qatar magnifica su significado. Doha no es un enemigo de Israel; Es, sobre todo, un aliado estadounidense. Organiza la base aérea estadounidense más grande en Asia occidental, y su diplomacia ha servido durante años como un canal de negociación en conflictos regionales.

La violación de su soberanía en este contexto revela algo esencial: la protección ofrecida por la alianza con los Estados Unidos es, en última instancia, insuficiente. La expectativa de Qatar de tener un garante sólido colapsado frente a la evidencia de que incluso una pareja estratégica puede ser atacada cuando la agenda militar de Israel lo requiere.

Para Qatar, esto representa un golpe para los cimientos de su política exterior, que había apostado por la mediación bajo la seguridad del paraguas estadounidense. Para el resto de los aliados árabes de Washington, el episodio deja una lección difícil de ignorar: la estabilidad prometida no es más que un compromiso condicional, que puede evaporarse en el momento más delicado.

El papel de Washington sigue siendo objeto de debate. Algunos argumentan que el ataque israelí ocurrió con su consentimiento; Otros lo ven como un reflejo de su incapacidad para restringir a Tel Aviv. Pero la conclusión política es la misma.

Si hubo autorización, significa que Estados Unidos apoya explícitamente una estrategia que socava el valor de la diplomacia. Si, en cambio, era una cuestión de carecer de control, entonces se confirma algo más preocupante: que el poder principal del mundo no puede imponer disciplina incluso a su aliado más cercano. En ambos escenarios, el resultado es claro: la alianza con Washington no garantiza la seguridad o la estabilidad.

Este resultado obliga a una reconsideración de la naturaleza del orden regional. Lo que se percibió como una red de alianzas estratégicas aparece, en la práctica, como una cadena de protectorados vulnerables tanto a sus adversarios como a la autonomía israelí, con Estados Unidos operando más como gerente de dependencias que como un verdadero garantía de soberanía.

Lo que sucedió en Doha expone la naturaleza real del sistema de seguridad de Estados Unidos en la región. Qatar, Arabia Saudita, los Emiratos y Bahrein se han comprometido durante décadas en procesos de normalización o cooperación militar con los Estados Unidos bajo el supuesto de que estaban salvaguardando su soberanía. Sin embargo, la experiencia muestra que tales alianzas colocan a esos aliados más cercanos en una relación de subordinación.

El mensaje para todos ellos es inequívoca: la alianza con Washington no reduce la libertad de acción de Israel. La supuesta garantía de seguridad se convierte, en realidad, en un recordatorio de vulnerabilidad.
En los últimos años, varios estados árabes optaron por un pragmatismo que les permitiría navegar por un entorno incierto. La idea era reducir los riesgos, atraer inversiones y alcanzar un grado de estabilidad a través de lazos más cercanos con Estados Unidos y la normalización gradual con Israel.

El ataque en Qatar pone en cuestionamiento en su núcleo. Si un país pequeño pero influyente, con lazos sólidos con Washington y la diplomacia reconocida, puede sufrir un asalto durante un proceso de mediación, ningún otro aliado puede sentirse protegido. La lección es incómoda: el pragmatismo árabe no garantiza una cobertura mínima contra la lógica de la fuerza que domina la región.

Irán: La lógica de la autosuficiencia

El contraste con Irán es instructivo. Durante la “Guerra de 12 días”, los Estados Unidos atacan las instalaciones nucleares y las operaciones militares israelíes ocurrieron, mientras que Teherán mantuvo un canal abierto de diálogo con Washington. Para la República Islámica, esto solo confirmó su diagnóstico de décadas: la seguridad no depende de terceros sino de su propia capacidad de disuasión y resistencia.

La conclusión de que dibujó no era nueva, solo se reafirmó: solo con la autonomía estratégica puede soportar en un entorno donde las negociaciones van acompañadas de ataques militares.

Para los aliados regionales de Estados Unidos, por el contrario, la lección fue abrupta y humillante: ni la normalización ni las alianzas permanentes garantizan la inviolabilidad.

Ya sea en Teherán, Doha o Gaza, el denominador común es el mismo: la fuerza prevalece sobre la diplomacia. La negociación no se concibe como un límite de violencia, sino como un espacio subordinado a ella. Washington y Tel Aviv operan con la premisa de que los saldos no se construyen en la mesa de negociaciones sino en el terreno militar.

Este principio redefine las reglas del sistema internacional. La diplomacia, en lugar de funcionar como un sustituto de la fuerza, está condicionada por ella. Lo que se ofrece no es un marco de estabilidad, sino la certeza de que incluso los aliados más cercanos se pueden sacrificar antes de las prioridades militares.

Lo que Israel realmente quiere

El ataque israelí contra la delegación de Hamas en Qatar no puede entenderse como un accidente ni como un exceso circunstancial vinculado solo a la guerra en Gaza. Es la confirmación de un patrón más amplio y consistente: la diplomacia ha dejado de ser un espacio seguro, y la alianza con Estados Unidos, por la garantía de la estabilidad, ha demostrado ser insuficiente en los momentos de la mayor tensión.

Las implicaciones para los aliados de Washington son directas y difíciles de ignorar. Su vulnerabilidad se manifiesta a través de la humillación recurrente que muestra su soberanía es en gran medida nominal. El orden internacional que toma forma alrededor de Washington y Tel Aviv no descansa en principios de equilibrio o legalidad mutua, sino en la primacía de la coerción y la capacidad de imponer el destino de los demás.

En este escenario, la región está privada de cualquier punto medio. Ya no hay un espacio neutral o pragmático que garantice la protección. Los estados enfrentan una elección binaria: acepte Vassalage, con los costos políticos y estratégicos que implica, o recurrir a formas de resistencia que les permitan preservar un mínimo de autonomía ante un orden incapaz de ofrecer garantías reales.

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