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Vida insoportable: una juventud de emergencia

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Desde el escándalo de Cambridge Analytica en 2015 hasta la fecha (solo 10 años escasos), nos hemos convertido en un pensamiento constante de la política vinculada a los algoritmos: por impotencia, ira, cultura de la cancelación, los nuevos exponentes políticos acumulan la base electoral que expresan el desalojo de las mayores mayores mayores de los líderes políticos y los estados que no han dado respuestas a las demandas elementales. Y existe la movilización y la correlación electoral de los entornos digitales, replicando en los medios tradicionales y en las mismas calles un proceso de segregación y polarización de nuestras comunidades.

Argentina es un ejemplo muy claro de este proceso, pero sin la necesidad de profundizar el caso, lo que nos interesa es analizar cómo el segmento joven de nuestro país, fuertemente involucrado en el proceso de despolitización y reagrupación en torno a los mensajes beligerantes y “anti-estados”, se ve afectado principalmente por la situación de la crisis económica y la falta de oportunidades.

Sin estado de ánimo para justificar las posiciones recalcitrantes, el objetivo de estas líneas es pensar cómo ser joven implica mucho más que la adolescencia viaja o los primeros años de la edad adulta en un escenario de pauperización y falta de oportunidades. Está habitando cada vez más una tormenta perfecta: desesperanza, empobrecimiento, precariedad laboral y salud mental en el borde del colapso.

Estos no les gustan los autoritarios

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Jóvenes sin mañana: la bomba social que nadie desactiva

A esta realidad se agrega un liderazgo político autoobsorbido, desconectado de las emergencias vitales que cruzan millones. La participación electoral registrada más baja en la ciudad de Buenos Aires, ya que el retorno democrático no es un hecho aislado: es la expresión de una generación que ya no encuentra razones para creer en una democracia que no los representa.

Los datos recientes en relación con la salud mental del segmento juvenil argentino representan claramente un estado crítico de la situación que, además de tener en cuenta la partida de los jóvenes con la política y las “resas públicas” en general, habla de una ruptura emocional e interpersonal que hace más lejos el tejido social y comunitario, y eso debería estar ocupado intensamente en su reconstrucción.

En este sentido, el último año de estadísticas vitales del Ministerio de Salud arroja cifras tan elocuentes como alarmantes. En 2023, se registraron 4.197 suicidios en el país, y casi la mitad de ellos, un 47,6%, corresponden a personas entre 15 y 34 años.

El popular monitor del vecindario realizado por la CIAS y las fondos muestra que el 60.7% de los jóvenes entre 15 y 29 años viven bajo la línea de pobreza, y el 21.2% están directamente en una situación de indigencia “

El suicidio fue, con mucho, la principal causa de muerte violenta, incluso superando los homicidios. Entre los hombres jóvenes, la situación es particularmente grave: el 78% de los suicidios fueron cometidos por hombres, que usaron principalmente métodos letales, como colgar o armas. La escena más común es una habitación cerrada, un domingo por la tarde. En el 66% de los casos, la muerte ocurrió en el hogar privado. El estado llegó tarde o nunca llegó.

En otro sentido, abordar el borde económico y social del contexto de crisis que está pasando el país, el popular monitor del vecindario realizado por las CIA y la fundación muestra que el 60.7% de los jóvenes entre 15 y 29 años viven bajo la línea de pobreza, y el 21.2% están directamente en la situación de indigencia. Además, la tasa de desempleo de este segmento duplica el promedio nacional. No es solo una emergencia social: es el colapso de una promesa básica de democracia, la que una vez ofreció movilidad social ascendente como un posible horizonte. Hoy la juventud asume que con la democracia ya no se come, no se educa o cura.

En los vecindarios populares del área metropolitana de Buenos Aires, la transición a la edad adulta ya no es un proceso de maduración sino un laberinto de obstáculos. El abandono escolar, el trabajo infantil y la “autonomía forzada”, que empuja a los jóvenes a abandonar el hogar por razones de violencia, pobreza o falta de lugar, son parte de la vida cotidiana que erosiona cualquier proyecto de vida. El 53% de los que dejaron su casa también dejaron la escuela. El 51% trabajó antes de los 16 años. La escalera del ascenso social no está oxidado, está roto.

Este panorama de precariedad estructural no es nuevo, ya que las fluctuaciones de la política económica, agregadas a las crisis económicas durante las últimas décadas, agravaron esta situación y, sobre todo, las de las familias. La capital familiar de los jóvenes, es decir, la educación, los recursos y las redes de contención ofrecidas por su entorno, es limitada.

El debate público gira en torno a pasantes partidistas, pero en las calles, en las casas, en los vecindarios, lo urgente tiene otro nombre: angustia “

Las madres son, en la mayoría de los casos, los principales cuidadores y también los únicos suministros para el hogar. En muchos casos, la posibilidad de terminar la escuela secundaria depende de no tener que ir a trabajar para mantener la mesa diaria. En este sentido, la política actual de ajuste y desinversión en programas de inclusión educativa y laboral no hace nada más que empujar a estos jóvenes al borde del abismo.

Todo esto sucede, mientras que el debate público gira en torno a pasantes partidistas, candidacias futuras o discusiones abstractas sobre “libertad” o “orden”. Pero en las calles, en las casas, en los barrios, la urgente tiene otro nombre: angustia. El suicidio es el grito silencioso de una juventud sin una red. Y la apatía política, la falta de participación, no es solo un desinterés: es una respuesta lógica a una democracia que no ofrece respuestas.

El estado y su liderazgo político enfrentan un desafío sin precedentes: conectarse con una generación que ya no espera nada. Esto no se resuelve con campañas en Tiktok o discursos motivacionales. Requiere políticas públicas sostenidas, inversión real en salud mental, educación y empleo. Suponga que hay una generación que sale en silencio y que ya no cree en las promesas, que no encuentra ninguna razón para participar, que se siente solo. Es necesario un estado actual que escuche, actuar, que comprenda que los jóvenes no solo es futuro, sino que está presente lesionado. Y si no se atiende ese presente, el futuro se convierte en un lujo para pocos.

*Director del Observatorio Social para la inclusión de la misión Padre Pepe