“Alguien definió al poeta como una persona que normalmente no vive si se le impide escribir”, escribió Roque Dalton en uno de sus ensayos, dos años antes de que sus propios camaradas le filmen. Tus propios camaradas?
La historia del poeta salvadoreño fue cruzada durante medio siglo por su trágica muerte. No es por menos, si uno considera que el 10 de mayo de 1975 (cuatro días antes de su 40 cumpleaños), fue ejecutado por sus compañeros de los guerrilleros salvadoreños, acusado de un traidor. Sin embargo, la reciente desclasificación de los archivos de la CIA permite investigar esa historia y resignificarla, como se puede ver de inmediato.
El salvador que tuvo que vivir en Dalton no fue una excepción dentro del proceso político latinoamericano del siglo XX: dictaduras, masacres de poblaciones campesinas, modernización periférica, cárcel y exilio de sectores militantes, deseo de revolución. Todo esto, agregado al amor, las historias familiares que constituyen la subjetividad de una persona desde su edad más temprana y todo lo que en la vida de un hombre o una mujer se vuelve importante a lo largo de los años, está presente en el trabajo del poeta que encarna la tragedia en su propio cuerpo.
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Publicó muchos poemas, escribió teatro y ensayos e incluso, después del tiempo, los manuscritos de una novela inacabada se encontraron en Cuba, aunque como dijo una vez, consideró que su trabajo poético era el “más representativo”, el que más lo expresó. Entre sus títulos se encuentran los míos al lado de los pájaros, el giro de los ofendidos, los testimonios, la taberna y otros lugares (con los que ganó, en 1969, el Premio Poesía de Poesía de las Américas en Cuba) o Love I Fall más que Spring, Libro con poemas no publicados recientemente en el Libro Bogotá Fair, después de ser publicado en Colombia por el fuego editorial.
Su literatura cubre la poderosa presencia de su devota madre a la preponderante (en ese momento) está comprometida con la revolución, a través de la figura fantasmal de su padre, solo presente en su vida a través de historias que les acudieron los feligreses que solían ser destacados en una especie de tienda de comestibles que trabajaba contigua a su hogar familiar.
Dalton, quien nació en mayo de 1935, ingresó a la adolescencia en el proceso de reorganización total de la política internacional, después del final de la Segunda Guerra Mundial. Las rebeliones, masacres y ejecuciones (como las de Farabundo Martí, tres años antes del nacimiento del poeta) que marcaron las décadas anteriores de El Salvador, aunque los aires de la rebelión ya viajaban nuevamente hasta que los rincones más insospechados de los pueblos más remotos ya estaban quedados. Su país no sería una excepción.
A los 18 años fue a estudiar en Chile, donde pasó dos años, en los que colaboró con un periódico estudiantil en el marco del que conoció al pintor mexicano Diego Rivera y, para él, las ideas del marxismo, con los que regresó a su país para estudiar la ley. En el momento en que salió de las aulas de la universidad y comenzó a escribir más y más poesía (ganó el premio de poesía centroamericano otorgado por la Universidad de El Salvador en 1966, 1968 y 1969), una pasión comercial que lo acompañó hasta sus últimos días, así como su predilección por las ideas de la izquierda, que incluyeron su paso a través del partido comunista, una visita a la Unión Soviet, a la Sociedad de Soviet, a Czech y a los Correa de la Puerta de la Pueblo, y al final de las personas de la gente de las personas y las personas. Ejército revolucionario, entrenamiento previo en Cuba.
La idea de que el poeta debería funcionar como una especie de testigo de su tiempo se convirtió en carne en Dalton. En su ensayo “Poesía y militancia en América Latina” (publicado en 1973 en el número 20 de la revista Casa de Las Américas), arroja la hipótesis de que el poeta debe tratar de expresar la nación en la literatura, es decir, a las personas con respecto a su vida (sus problemas, sus luchas y esperanzas). Una pelea que el arte debería hacer, en su opinión, con sus medios particulares. “Es por eso que he estado diciendo durante algún tiempo que el gran poeta de hoy debe tener que construir su trabajo dos puntos de partida necesarios: el profundo conocimiento de la vida y su propia libertad imaginativa”, dice en ese ensayo en el que también argumenta que el poeta debe ser fundamentalmente “fiel a la poesía”, porque el poeta es tal porque hace poesía, ya que mientras él hace otras cosas que puede ser todo lo que quiere, excepto.
Dalton conoció al exilio y la cárcel, en más de una ocasión. Sobre el último escribió: “La cárcel hace posible todo lo posible para doler …” Quizás el dolor imposible, o más bien, inimaginable, es el de honor y memoria manchada por mentiras, y ese era el trágico signo del poeta.
Como Pablo Solana comenta en una nota publicada recientemente en la revista Crisis, presentada como un “avance” de un libro en preparación, según informes recientemente desclasificados de la CIA, podría saber que una hipótesis de conexión inverosímil del tanque revolucionario con el asesinato del presidente estadounidense John F. Kennedy le permitió al servicio secreto de los Estados Unidos. Así encontraron a Dalton, que estaba allí y, más tarde, lo secuestraron. Bajo las amenazas de muerte, intentaron co -someter al poeta para la agencia. La maniobra estaba a cargo del oficial Harold Swenson, jefe de contrainteligencia de la unidad de asuntos especiales de la CIA. Dalton, como en una escena cinematográfica, logró escapar después de un terremoto que rompió las paredes de una antigua celda donde la mantuvieron ilegalmente. Pero la CIA no se perdió el camino.
Se sabe hoy que Dalton amenazó no solo a matarlo, sino también a manchar su nombre, su legado. También que los dos responsables de su asesinato terminaron siendo miembros activos de la CIA, con una buena vida en Europa y los Estados Unidos, algo que le habían ofrecido a Roque. La hipótesis de que sus compañeros que lo juzgaron, condenados y ejecutados no suenan ahora, entonces, muy gastados. Así es como, medio siglo después de esos eventos, parece comenzar a limpiar ese manto de sospechas que se encuentran en el poeta. Pero como el mismo Dalton conoció una vez: “Nadie prepara su poesía para la gloria”.