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‘Silco Jail’: dividieron la droga, la ofrecieron en pabellones y se les cobró por transferencia

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Un sector del complejo penitenciario federal NOA III, en general Güemes, provincia de Salta, se convirtió en un centro de distribución de drogas. Algunas células eran bunkers donde la cocaína fraccionaba que luego vendieron en el resto de los pabellones. Los detenidos establecieron un negocio gigantesco e incluso ofrecieron promociones y descuentos para los mensajes que enviaron a los teléfonos celulares de los reclusos. Los pagos se realizaron preferiblemente por transferencia bancaria.

Nada de eso podría llevarse a cabo sin la complicidad de los Guardiacárceles, pero la primera parte de la investigación solo avanzó hacia los prisioneros que convirtieron su lugar de detención en una verdadera prisión de Narco. Hasta ahora, ocho reclusos y el par de uno de ellos fueron acusados ​​de integrar la organización.

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La instrucción, a cargo del fiscal general Eduardo Villalba y con los auxiliares Roxana Gual y Mariana Gamba Cremaschi, identificaron a Rubén Ángel Rodríguez, también conocido como “El Patrón”, como la banda de la banda, a los otros internos de la prisión de Salta y la mujer del líder que alegaba de la parte del exterior de la unidad.

Según las fuentes en el caso, el juez federal de garantía No. 2, Mariela Giménez, emitió la detención preventiva para todos los acusados, ordenó su transferencia a otras unidades y declaró la “gravedad institucional” del caso al denunciar la supuesta colusión del personal de servicio penitenciario federal (SPF). La audiencia indicó que la operación fue llevada a cabo por 300 tropas nacionales de gendarmería, para evitar fugas desde el interior.

Según la investigación, la droga entró en la prisión a través de la pareja de Rodríguez, Analía Ivana Astigueta, de Orán, donde fue arrestada. Ella entregó medicamentos y teléfonos celulares para mantener el contacto con los reclusos. Desde su célula, el patrón coordinó el fraccionamiento del fármaco y su distribución. En uno de los oyentes telefónicos surge lo que indicó un cómplice de cómo preparar cocaína para que no sospechen durante los controles.

Las pruebas técnicas incluyeron imágenes capturadas por drones que volaron sobre la prisión durante la gran búsqueda. Momentos después de la entrada de gendarmes, los reclusos se observan arrojando cinco teléfonos celulares y una nube de polvo blanco de las ventanas de sus celdas. Los dispositivos se recuperaron en el patio trasero, pero los envoltorios con cocaína y marihuana también fueron incautados en recovecos, incluso en la capilla y los talleres del complejo, que reflejaban la amplitud del mercado interno.

Según la escucha, cada dosis de cocaína se vendió en paquetes durante aproximadamente 10 mil pesos, mientras que los pagos fueron realizados por transferencias bancarias a la cuenta de Astigueta, con montos que varían entre 100 mil y 200 pesos. La operación fue promovida entre los pabellones como si fuera un negocio formal: compartieron ofertas y estrategias de ventas de sus teléfonos que ingresaron a la prisión.

Al menos ocho prisioneros formaban parte de la organización de la prisión de Narco.

“El fin de semana fue un éxito”, dijo uno de los acusados ​​durante la audiencia, celebrando la fluidez de las ventas. Otro tono burlón, dijo: “Mira lo que tengo, te hago una promoción”. Las modalidades de entrega fueron variadas: “pasamanos” en áreas comunes, escondidas de lugares dentro del piso, reformas en las paredes e incluso lugares comunitarios, como la escuela, la capilla o el peluquero de la prisión.

La investigación comenzó en febrero de 2024, después de la fuga de Cristián Ruiz Díaz, un famoso narco que escapó usando un alicates en las cercas perimetrales, lo que encendió las alarmas. Además, la convulsión constante de teléfonos celulares (más de 250 hasta junio de este año) y los ingresos por fármacos dieron como resultado una investigación compleja.

Astigueta y Rodríguez, además de los otros reclusos Bill, Acosta, Fragapane, Toledo, Villarreal, Olmos y Chaile, fueron acusados ​​de comercialización de narcóticos agravados, un delito federal que implica una penalización efectiva.

Durante la operación, 13 tabletas de píldoras, ocho teléfonos celulares en pabellones B y D, una motocicleta, una cámara, una computadora portátil, una CPU, un pendrive, cuadernos con pagos detallados de pagos, documentación relacionada con la logística comercial, un rifle tipo rifle con vista y equilibrio. En Orán, además, las casas de Astigueta y su madre fueron allanadas para reunir más pruebas.

La esposa del líder estaba a cargo de ingresar a la droga al complejo de la prisión.

Uno de los momentos más reveladores fue el segundo video exhibido por el fiscal, que detecta cómo los reclusos celebran dentro de una celda cuando ven la cantidad de drogas acumuladas. Entre risas, hablaron sobre “blanco” (cocaína) y “amarillo” (pasta base) y se burlaron de cualquier queja externa, que evidenció la impunidad con la que operaban.

El juez Giménez ordenó la congelación de la cuenta de Astigueta y levantó el secreto bancario, abriendo una investigación sobre el financiamiento ilegal de la banda. Los expertos en cientos de teléfonos celulares también estaban autorizados con el objetivo de identificar contactos externos, rutas de distribución y cómplices probables.

Los prisioneros identificados en la maniobra fueron transferidos a otras unidades

En la audiencia, el fiscal auxiliar Roxana Gual describió la tabla de la situación y envió un mensaje a los Guardiacárceles y a las autoridades penitenciarias: “Debajo de sus narices, o con su complicidad, la droga se extiende de un extremo al otro de la prisión”.

Le piden al líder que vaya al sistema de alto riesgo

Justice solicitó que Rubén Ángel Rodríguez, también conocido como el empleador, se incorporara al sistema de gestión integral para personas privadas de libertad de alto riesgo, un protocolo que impone medidas de seguridad extremas para los reclusos internos considerados de máximo peligro.

Rodríguez está siendo detenido actualmente al cumplir una prisión de ocho años por el crimen de transporte de narcóticos agravados como organizador, una sentencia impuesta el 6 de septiembre de 2022 por el Tribunal Oral Federal 2 de Salta. Paralelamente, es acusado como jefe de una organización penal que distribuyó drogas del complejo penitenciario federal NOA III, en el general Güemes.

La orden es parte de la Resolución 35/2024 del Ministerio de Seguridad, que regula este sistema para los reclusos vinculados a delitos como el tráfico de drogas, el terrorismo y la asociación ilícita. Las condiciones incluyen restricción total de contacto físico con visitas, saliendo solo de teléfonos públicos bajo supervisión y movilidad interna controlada.

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