Un hombre fue sentenciado a 18 años de prisión en Salta por acosar sexualmente a los menores a través de las redes sociales.
Un hombre de 33 años fue sentenciado a 18 años en prisión efectiva por acosar y explotar sexualmente a 12 menores a través de redes sociales en la provincia de Salta.
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El caso comenzó a investigar la justicia después de que una madre vio la palabra “empacar” en el teléfono celular de su hijo. Eso llamó su atención, revisó los chats y encontró un número que no estaba programado. Todos los mensajes fueron borrados. Le preguntó a su hijo qué era y con la confesión denunció el hecho ante la oficina del fiscal.
Después de seis meses de investigación, la condena fue emitida por el Tribunal de Sentitud del Distrito Central, después de una investigación que demostró que el hombre había cometido: 12 hechos de preparación, 6 actos de promover la corrupción de menores y 6 actos de promoción de la prostitución agravada.
El fiscal penal especializado en el delito cibernético, Sofía Cornejo, enfatizó la gravedad del caso: “El anonimato y la facilidad de acceso a las víctimas en entornos digitales permiten una manipulación sostenida que favorece la explotación de menores”. Además de la penalización, el juez Guillermo Pereyra ordenó que el agresor reciba un tratamiento psicológico obligatorio, debido a la sistematicidad de sus comportamientos y el daño causado.
Telenoche logró hablar con la madre de una de las víctimas y usó inteligencia artificial para poder mostrar sus gestos durante la entrevista sin revelar la identidad. La mujer, se mudó, dijo que solo se enteró cuando la contactaron desde la oficina del fiscal. “Me llamaron y me volví loco”, dijo. “Me dijeron que mi hijo había enviado fotos desnudas, que este hombre pidió imágenes íntimas y le pagó tres mil pesos por cada uno”.
La mujer explicó que el agresor, que operaba a través de WhatsApp, Instagram y Telegram, no solo ofreció dinero para las fotos, sino que también envió imágenes para dar indicaciones explícitas sobre cómo deberían posar los niños. En algunas chats, incluso propuso reuniones de cara a cara a cambio de sumas importantes: “Les ofreció 30 mil o 40 mil pesos”. Según la oficina del fiscal, convocó a las víctimas a una galería central de la ciudad de Salta, aunque estas reuniones no se completaron.
La madre reconoció que notó comportamientos inusuales, como el uso excesivo de teléfonos celulares y aislamiento, pero nunca imaginó que podría haber una situación tan grave. “No puedes imaginar que terminarás en eso”, se lamentó.
Con el tiempo, lograron explicarle al niño la dimensión del problema y lo contuvieron para que no se sintiera solo o culpable. “Le dijimos que la situación era muy grave, pero que íbamos a estar allí. No se sentía tan triste al saber que hay fotos que pueden estar en algún lugar”.
La mujer también reflexionó sobre su papel como madre y los desafíos de la crianza de los hijos en la era digital. “Creo que me faltaba más diálogo. Lo hubo, pero no fue suficiente. Hoy está claro que las partes del cuerpo son súper íntimas. No hay nadie para verlos”. Añadió: “No reviso el teléfono celular de mi hijo. Podría hacerlo. Sería una buena técnica. No lo hice. Lo que me pasó con lo que me pasó de nuevo”.
El caso establece en evidencia de cómo los entornos digitales pueden usarse como herramientas de manipulación y abuso para niños y adolescentes.
Julio López, especialista en seguridad y fraude digital, advierte que estos crímenes no ocurren en el vacío, sino en un entorno tecnológico que no protege a los menores, sino que los convierte en un objetivo comercial.
“Que un niño de 11 años no maneja un automóvil no es porque no alcanza los pedales, sino porque su cerebro aún no está preparado para asumir los riesgos. Lo mismo ocurre con la tecnología”, dice López.
El especialista explica que el desarrollo neurológico de niños y adolescentes les impide evaluar correctamente el peligro. “Los niños no desobedecen la rebelión, sino porque su corteza prefrontal, que maneja el miedo, el juicio y la evaluación de riesgos, todavía está en formación”.
Según López, las billeteras virtuales y las plataformas digitales han creado espejismo peligroso: los niños parecen dominar la tecnología mejor que sus padres, pero eso no significa que entiendan lo que están haciendo.
“No es que los padres no amen a sus hijos, sino que los niños tienen una gestión técnica superior, que genera la falsa sensación de que están seguros. Pero no es inteligencia: las aplicaciones están tan bien diseñadas que incluso un niño puede usarlos”, explica.
Este fenómeno se conoce como “maestría”, una ilusión de competencia causada por interfaces diseñadas para generar un sentido de habilidad, algo común en los videojuegos y las aplicaciones financieras.
Según López, actualmente hay más de tres cuentas entre billeteras virtuales y bancos para cada argentino, y muchas de estas cuentas están dirigidas a menores para apoyar su crecimiento. “Cuando el mercado de adultos estaba saturado, la industria fue a nuevas edades. Hoy los menores son el nuevo mercado”, denuncia.
El problema, según López, es que la mayoría de los sistemas financieros digitales son simplemente declarativos. “Al igual que una caja que dice ‘este niño está a mi cargo’ o en las apuestas ‘soy vieja’ para validar los requisitos. Nadie verifica nada. El menor puede no ser su hijo o estar a cargo, y el menor puede haber mentido para seleccionar que tiene 18 años”.
“Esto pone a los niños en un riesgo real: pueden recibir dinero de cualquier parte del mundo, sin supervisión de los padres, y sin el banco o la billetera, incluso saben si es su hijo. Es la puerta abierta a la preparación, la ludopatía, el lavado de dinero o la extorsión”, advierte.
Como ejemplo, López señala que en países como Estados Unidos, los menores pueden tener cuentas bancarias, pero con sistemas de control altamente regulados. “Solo un adulto puede autorizarlos, y su identidad debe ser verificada”.
Fuente: TN