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No amamos tanto el 9 de julio

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Es un consenso que el 25 de mayo y el 9 de julio activen discursos de “origen”. Una nación supone caminos sinuosos, y el de los historiadores es solo uno de varios discursos del pasado, en contraste con la euforia de la política y las tierras de la sociedad.

El 9 de julio, como un momento clave, toca fibras sensibles. Un espacio físico (la casa de Tucumán) y un tiempo ritual (cada 9 de julio) Stams emociones. Cada vez que el calendario les llega, quien preside el país debe apelar, como institucionalizado de Carlos Saúl Menem. Este uso hábil de la política de una narración sobre los orígenes permanece en Argentina, como en otros países, una de las claves de un nacionalismo con facetas folk, identidad y, a veces belicosis.

La construcción de héroes, de visiones clásicas o revisadas, no proviene solo de profesionales, sino de toda la sociedad civil, que se apropia del legado pasado y lo expresa en rituales. Sin embargo, la práctica profesional es indispensable, estos son aquellos que se formaron específicamente en grado y posgrado para manejar fuentes, pero debemos tener la inteligencia de comprender la complejidad del marco.

Estos no les gustan los autoritarios

El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Es por eso que molesta a quienes creen que son los dueños de la verdad.

Abordar fechas fuertes como el 9 de julio, que no solo sirven a la ciencia, sino también al ritual cívico, implica desafíos de investigación, pedagógicos y comunicativos. ¿De qué color era la casa de Francisca Bazán? ¿Quién era esa mujer y por qué un tucumán lejano del puerto era anfitrión del Congreso? ¿Cómo fueron los territorios y por qué no corresponden a las provincias y naciones actuales? ¿Cuáles fueron los objetivos del Congreso? ¿Y tus obstáculos? ¿Qué pueblos y sectores estaban representados en las sesiones?

Con un programa de canales educativos basados ​​en la importación de productos audiovisuales de los Estados Unidos y su cultura política, como está a punto de suceder, estas implicaciones soberanas seguirán en un olvido peligroso.

Ritualizar, investigar (y defenderse). Aquellos de nosotros que vivimos en el antiguo comercio tenemos que entender que los rituales son diferentes a la ciencia, pero por lo tanto nos mostramos y nos apoyan. Hace décadas, un historiador de Santiago del Estero, Ramón Leoni Pinto, encontró documentos que muestran que la Casa de Los Laguna había sido alquilada, no cedida patrióticamente, tensando la cuerda frágil que vincula la memoria con la historia. Su archivo, y el trabajo de los arquitectos, colocaron que la trama no estaba pintada de verde y amarilla, sino de paredes blancas y “azul de Prusia” en puertas y ventanas. No eran solo pigmentos, debido a connotaciones políticas, precisamente. Generaron resistencia sus hallazgos, e incluso hoy no han circulado por completo sus avances, creando desequilibrios entre la ciencia y el contenido educativo. Los historiadores de Conicet y/o las instituciones públicas como Gabriel di Meglio, Alejandro Rabinovich y, principalmente, Alejandro Morea ha demostrado el peso del ejército y su relación con los diputados. La guerra es inevitable para el Tucumán de su tiempo, para Salta, Mendoza, Buenos Aires …

La divulgación, la investigación, la enseñanza media y universitaria son miembros de un cuerpo que debe articularse, pero a menudo se retrasan y, por lo tanto, eliminan la ciencia nacional. Aquellos de nosotros que estudiamos el pasado tenemos que tratar de hacer las dimensiones de nuestro equilibrio laboral. Que la información que circula en las aulas, podcasts, salitas del nivel inicial, se articula con la investigación “pura”. Si desmantelamos el Conicet, si eliminamos los más capacitados, como sucedió recientemente en el Museo Histórico Nacional, perdemos décadas de financiamiento estatal.

Durante años, con Gabriela Tío Vallejo, Cecilia Guerra, Valentina Mitrovich y Juan Pablo Bulacio, hemos agregado contribuciones. San Miguel de Tucumán fue ubicada como una ciudad transformada por la guerra, que accedió en 1814 el estado de la provincia, separándose del municipio de Salta. Era un invitado circunstancial de más de 2.000 soldados y oficiales, recibiendo congresistas y emigrantes. Era una “centralidad difícil”: una ciudad con transeúntes, comerciantes y un guerrero y actividad política que lo sacó de su ritmo cansado.

Los vientos de Buenos Aires soplaron en presencia de un Belgrano que se estableció allí entre 1816 y 1819. En otro artículo, de mi autoría, es evidente que su larga estadía generó entusiasmo, pero también teme antes de que los proyectos de independencia aún sean difusos, y frente a ese ejército llamaron a “Buenos Aires”.

El miedo, objeto de estudio, es un iceberg de ropa de guerra, y coloca sectores populares que aceptaban directivas, pero también cuestionaban. Esa angustia de boca a boca terminó generando cambios en el acto, y agregó que la independencia estaba en realidad frente a “toda dominación extranjera”, no solo la corona hispana.

Una celebración nacional en una provincia periférica.

En las celebraciones del año 2016, el Dr. Marcela Ternavasio intervino con inteligencia manteniendo que más de una “guerra de cronologías”, los puntos entre el 25 de mayo y el 9 de julio tuvieron que ser traídos. Del prestigioso Instituto Ravignani, de la Universidad de Buenos Aires, propuso repensar que “doble efeméris”. Los rituales, la educación e incluso la gastronomía combinan las fechas distantes en seis años y en kilómetros. La ciencia y el contenido no deberían exagerar su desacuerdo, y es por eso que otro investigador notable, Noemí Goldman, investigó y asesoró a la casa histórica y se acercó a la ciencia y la comunidad.

Las disciplinas como la sociología, la antropología, la historia, el patrimonio, son esenciales. La “Casita de Tucumán”, que necesita urgentemente, necesita un concurso de director para no imponer a las personas a las cacciones de poder, es un alcance central que debe estar protegido de las garras del oportunismo político.

*Universidad Conicet-Nacional de Tucumán.

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