Con fractura, cortes de luz, extensiones judiciales y listas de espejo, el peronismo de Buenos Aires finalmente dio a luz a sus candidaturas acordadas para las elecciones provinciales del 7 de septiembre.
Si las características de ese nacimiento fueron insuficientes como exposición del estado de fragmentación interna, el comienzo de la campaña corroboró el tono ficticio de la unidad proclamada.
Ayer el martes, el gobernador Axel Kicillof protagonizó el primer acto después del registro legal de quién conforma los boletos electorales. Junto con el vicegobernador Verónica MAGARIO, realizó una entrega de hechos en Almirante Brown con el alcalde local Mariano Cascallares.
Estos no les gustan los autoritarios
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Almirante Brown es parte de la tercera sección electoral, cuyo jefe de la lista de la Legislatura en La Plata es Magario, a pedido de Kicillof y los jefes comunales que la acompañan. Cascallares entre ellos.
A ese primer evento no le gustó las filas de La Cámpora y el masismo, las otras piernas con las que Kicillofismo tuvo que negociar las candidaturas.
Es cierto que las heridas abiertas durante meses en peronismo y que el sangrado durante el fin de semana está lejos de la curación.
Pero una campaña parece problemática en la que las dudas y la descoordinación, cuando no es el boicot fluido y simple, parece que estarán a la orden del día. Ya ha comenzado a vislumbrar en este momento.
Cada una de estas tribus de Buenos Aires busca transportar agua para su molino. Incluso al evaluar el resultado del cierre de ListA.
Kicillofismo intenta ser el ganador de los tirones internos. Ya sin la pluma clásica de la detenida Cristina Fernández de Kirchner, Kicillof expresaría su autonomía y liderazgo al imponer a Magario y Gabriel Katopodis al frente de los boletos en las dos principales secciones electorales. Es una lectura interesada, por supuesto.
Tanto como el del Camperismo de Máximo Kirchner, que se otorga haber logrado lo que se propuso: varios bancos que les permitirían renovar en la legislatura todos los que pusieron en juego. De la misma manera se jactan en el frente renovante.
Quizás Kicillof asumió que sin un paso adelante no había futuro para él en sus aspiraciones presidenciales 2027. Pero esa misma prominencia aumenta una dosis muy alta de riesgo. Puede ser el padre de la victoria o el mariscal de la derrota. Gloria o devoto. Sin matices. Bilardismo puro.
Antes de esa evaluación, pronto se presentará otro examen muy difícil: en tres semanas se deben presentar las candidaturas para la legislativa nacional de octubre.
Otro ladrillo en la pared de la presumiblemente campaña áspera en la provincia de Buenos Aires. No solo para el peronismo, obvio. Esto solo comienza.