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Juicio a las Juntas: el papel clave de Raúl Alfonsín en la condena histórica de los represores

Este 22 de abril, han pasado 40 años desde el comienzo del juicio a las reuniones, uno de los procesos judiciales más relevantes en la historia argentina y mundial. Era la primera vez que un país democrático juzgaba a los responsables de una dictadura militar ante los tribunales civiles. Promovido por el Gobierno de Raúl Alfonsín, con el apoyo de organizaciones y sectores de derechos humanos del sistema político, el proceso marcó un hito en la búsqueda de la memoria, la verdad y la justicia.

El proceso judicial comenzó en 1985, menos de dos años después de la recuperación democrática, y sentó a los comandantes de las primeras tres juntas militares que gobernaron el país entre 1976 y 1983. Los crímenes contra la humanidad juzgados incluyeron desapariciones forzadas, tortura, asesinatos y apropiación de menores, todos cometidos de un plan sistemático de represión ilegal.

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La relevancia del hecho no se presentó solo en su dimensión judicial, también fue un acto de pedagogía cívica que permitió a la sociedad argentina escuchar los testimonios de las víctimas, dimensionar la magnitud de los crímenes y desmantelar los discursos negacionistas. En total, declararon a 833 personas en 530 horas de público. El proceso culminó en la condena de cinco líderes militares superiores, incluidos Jorge Rafael Videla y Emilio Massera, y la absolución de otros cuatro.

El juicio a las reuniones fue el resultado de una decisión política tomada en los primeros días de recuperación democrática. En un contexto de fuerte presión militar y miedo social, el gobierno de Alfonsín promovió la investigación de los crímenes de la dictadura y permitió su juicio. Además, el apoyo de las organizaciones y sectores de derechos humanos del sistema político fue clave para que el proceso avance.

Raúl Alfonsín asumió la presidencia el 10 de diciembre de 1983.

¿Cuál fue el papel del gobierno de Alfonsín en el juicio de las reuniones?

Solo tres días después de asumir la presidencia, el 13 de diciembre de 1983, Raúl Alfonsín firmó el Decreto 158/83 que ordenó someterse a juicio a los miembros de las primeras tres juntas militares responsables de violaciones masivas de los derechos humanos. Al mismo tiempo, firmó el Decreto 157, para investigar también a los líderes de las organizaciones armadas, siguiendo el marco de la “teoría de los dos demonios”.

El objetivo de Alfonsín no era solo simbólico. Ante el intento de las fuerzas armadas de garantizar la impunidad a través de las leyes de la autoamnistía que habían emitido antes de dejar el poder, el nuevo gobierno democrático tomó una decisión sin precedentes: abrió el camino institucional para juzgar los crímenes atroces cometidos del estado.

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Aunque el decreto original estableció que el juicio se celebrará en primera instancia ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, los retrasos por parte de la justicia militar llevaron al gobierno a apoyar la transferencia del caso a la Cámara Penal Federal de la Capital Federal. Por lo tanto, el proceso se desarrolló en justicia civil, garantizando una mayor independencia y transparencia, lo que hizo de este juicio un precedente único a nivel internacional.

Estas decisiones fueron respaldadas por el poder judicial y el Congreso Nacional, que en 1984 aprobó la Ley 23.049 para permitir legalmente la transferencia del caso a la Cámara Federal. Además, se implementaron reformas en el funcionamiento del sistema judicial para garantizar la autonomía de todos los magistrados involucrados en el proceso.

El juicio del juicio a las juntas militares se emitió el 9 de diciembre de 1985.

Simultáneamente, la gestión de Alfonsín creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), presidida por Ernesto Sábato. En septiembre de 1984, la Comisión presentó el informe nunca más, que documentó cientos de casos de desapariciones y tortura. Con más de 50 mil páginas de testimonios y documentos, ese trabajo se convirtió en una pieza fundamental del proceso judicial, al contribuir a gran parte de la base probatoria que luego se utilizó en el juicio.

Además de enfrentar presiones internas, el presidente radical tuvo que liderar un proceso de justicia sin precedentes en América Latina, enfrentando la amenaza constante de posibles levantamientos militares. A pesar del riesgo, su gobierno promovió el juicio en respuesta institucional a los crímenes de la dictadura y como una herramienta para fortalecer el estado de derecho en la transición democrática.

Sin embargo, años después del final del juicio a las juntas, las organizaciones de derechos humanos denunciaron que el gobierno de Alfonsín intentó cerrar el tratamiento judicial de los crímenes cometidos por las fuerzas armadas, promoviendo las leyes del “punto final” (1986) y la “debida obediencia” (1987). Ambas regulaciones fueron sancionadas en un contexto político extremadamente frágil, cruzados por los levantamientos de los Carapintadas y el riesgo de una nueva desestabilización institucional.

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