El martes 8 de julio pasado, murió en una clínica privada en el vecindario de San Vicente Oscar Hugo Syntora (72), uno de los protagonistas del crimen político más relevante en Córdoba en la última etapa democrática y un proceso judicial con más sombras que luces.
Había sido sentenciado en 2005 a cadena perpetua por el crimen por la comisión del ex senador provincial Regino Maders, que ocurrió en la noche del 6 de septiembre de 1991. Nunca se supo quién encargó el ataque. Sospechaba de un hábil político de los años 90, Luis Medina Allende, pero la duda pesaba más que certeza y terminó absuelto.
Jorge Johnson, el primer juez que investigó el crimen, reconoció en 2021 a este medio que “la sociedad Córdoba todavía no salió de la deuda de ese asesinato” y relató las dificultades que tuvo en la investigación de las complicidades policiales. Además, argumentó que “una de las personas que participaron en el asesinato de Maders estaba cerca del poder”.
Los que condenaron a la Synthora, después de 14 años del crimen, fueron los jueces de la primera cámara del crimen Lorenzo Rodríguez (presidente), Alberto Crucella, Jorge Fantín y los jurados populares Raúl Sponer y Elio Luna. Los fiscales fueron Marcelo Novillo Corvalán y Luis Villalba.
Hugo Sintora, en un retrato de los últimos años antes del diagnóstico de la enfermedad.
Algunos memoriosos de ese tiempo todavía recuerdan que uno de los scabin le pidió a un testigo a la audiencia: “Ya sabemos quién mató a los marares, nos dicen quién encargó el crimen”. La frase habría servido para declarar el proceso nulo. De esa declaración se dedujo que el destino de un synthrus ya estaba lanzado.
Dos elementos fueron decisivos para condenarlo: se le otorgó tener en sus manos el asesino y el testimonio de Rubén Rodolfo Barrera, con quien solía tostarse frecuentando. El testigo dijo que, en esos encuentros gastronómicos, un síntoma quería imponer autoridad diciendo “Maté marares”.
El jueves pasado, Estela María Quevedo, su viuda, recibió un perfil de Córdoba en su casa. Es lo mismo donde el 20 de julio de 2002, después de 11 años de crimen, su esposo fue esposado y acusado de matar a marares.
No Rodeos dijo que su esposo lo condenó porque el poder judicial está “dominado por el poder político”. Con respecto a su historia, Quevedo dijo que Syntor ingresó a la policía de Córdoba muy joven porque no tenía otro horizonte laboral. Fue entre ’70 y ’80. Aseguró que nunca integró el temible D2, datos históricos que se le atribuyen, pero que la policía lo “transformó”. Se retiraron como un agente porque un prisionero escapó de la estación de policía donde cumplió funciones. Luego puso un negocio en su casa en el vecindario de San Vicente.
Solo concedió una entrevista en la vida. Fue en la cárcel antes del juicio, en 2004, el periodista Miguel Clariá. Con algunos matices diferentes, la viuda esencial es la misma versión de este medio: era inocente del crimen de Maders, el saqueo no iba a matar sino a “asustar” a un político, la “colaboración” que prestó a Johnson durante la investigación del homicidio. Diferente los datos sobre el arma.
El síntor quería escribir su historia de vida, Estela aclara, no solo sobre el crimen de Maders. Pero la enfermedad que sufrió al final de su vida, el cáncer de colon, la colocó en un ascensor existencial que le impidió darse cuenta del proyecto. Literalmente, la patología lo consumió físicamente. Perdió 60 kilos.
Estela Quevedo y Síntoma después de la prisión de la casa por razones de salud.
Hacia el final de la entrevista, cuando la grabadora se había apagado, Quevedo tomó el piso para pedir que la nota incluyó su memoria sobre el hombre con el que compartió 43 años de su vida y tuvo dos hijos. Con ojos llenos de lágrimas, 48 horas después de su muerte, se refirió al Oscar Hugo Syntora:
“El mundo vino sin nada, de una familia muy humilde, papá murió a los 14 años y desafortunadamente las circunstancias de la vida lo llevaron a ingresar a la policía y su vida cambió. Era una persona de un corazón inmenso y respetado. Me han hablado encarcelado, lo llamaron” el viejo síntoro. Desde mi casa. Entonces, la vida lo endureció.