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De la tela celestial y blanca al legado familiar

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Cada 20 de junio, Argentina rinde homenaje a su bandera y su creador, Manuel Belgrano. Más allá del acto escolar y la solemnidad de la crianza, la historia de este símbolo nacional contiene lecciones valiosas para aquellos que dirigen organizaciones, especialmente las empresas familiares.

Desde la génesis de la bandera hasta su consolidación como emblema nacional, encontramos paralelos con los desafíos de transmitir valores, mantener identidades y construir legados duraderos en el mundo de los negocios.

Manuel Belgrano creó la bandera en un contexto de incertidumbre. Era 1812 y el país, incluso sin un nombre definido, buscaba independencia, curso e identidad. En ese vacío simbólico, Belgrano propuso una enseñanza que combinaba el celestial y el blanco del manto virgen y las cintas de la escapela. No fue una decisión unánime o de resistencia: el gobierno central dudaba de su relevancia, y la bandera fue, durante años, un símbolo más emocional que institucional.

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Solo en 1816 fue reconocido oficialmente como un símbolo de las Provincias Unidas, y su versión final, con el Sol agregado Inca, se estableció solo en 1818.

Este proceso de creación, resistencia, adaptación y consolidación tiene puntos de contacto directos con el camino de muchas empresas familiares. Al igual que Belgrano, los fundadores generalmente actúan con visión y coraje en un contexto de incertidumbre. Dan forma a una identidad que los define, a veces incluso antes de que el mercado o el entorno los reconozcan como tales. Es común que en las primeras generaciones haya dudas, tensiones e incluso conflictos entre la visión del fundador y la lógica de gestión más racional o a corto plazo.

La bandera, como símbolo, era más fuerte que cualquier decreto. Su adopción popular, su permanencia emocional y su evolución controlada le permitieron pasar de ser una idea personal a un símbolo de todos.

Del mismo modo, en las empresas familiares, los valores fundamentales, si son genuinos y compartidos, terminan siendo la columna vertebral que permite mantener con el tiempo. No es solo lo que vende la compañía, sino lo que representa: su ética, su propósito, su compromiso con la comunidad.

La incorporación del sol en la bandera también nos cuenta sobre la adaptación. No fue un descanso con la idea original, sino una evolución. Las empresas familiares que trascienden las generaciones entienden este principio: conservar la esencia, pero se adaptan al contexto. La institucionalización, la profesionalización de la gestión, que se abre a nuevas ideas sin perder la identidad, son parte de ese proceso.

Así como el Inca Sun no borró el celestial y el blanco, sino que lo enriqueció, que las empresas modernas directas pueden agregar nuevas prácticas sin diluir el legado.

Finalmente, la bandera es un símbolo heredado. No Argentino lo elige: lo recibe. Lo mismo ocurre con la cultura organizacional en empresas familiares. Las nuevas generaciones no comienzan desde cero: toman una tela bordada, con sus luces y sus sombras. Su desafío no es destruirlo o replicarlo a ciegas, sino interpretarlo, valorarlo y decidir cómo lo llevan hacia adelante. La clave es comprender que el legado no es una carga, sino una plataforma.

En los momentos en que las empresas enfrentan transformaciones tecnológicas, los cambios generacionales y las crecientes demandas sociales, mirar hacia la historia de nuestra bandera puede ser una brújula. Nos recuerda que construir algo que dure implica visión, paciencia, abrir para cambiar y una conexión profunda con el propósito. Que el símbolo trasciende a su creador es, quizás, la mayor victoria.

* Miembro de Quirós Consultores

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