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Cómo opera la “mutación genética” de los argentinos que explica la degradación progresiva de los sectores promedio

“La clase media argentina hoy es un poco mito, un poco de realidad y bastante nostalgia”, dice Guillermo Oliveto, economista y referencia en el análisis del consumo y los comportamientos sociales. Pasando por Córdoba para formar parte del proyecto del Congreso, organizado por el CEDUC, también aprovechó la oportunidad para presentar su último libro dedicado a estudiar y comprender la clase media. Dentro de ese marco, Oliveto desplegó un diagnóstico tan crudo como desafiante sobre el estado actual de este sector social que sabía cómo ser el motor de la movilidad ascendente en el país.

Según el consultor, actualmente el 43% de la población argentina puede considerarse de clase media. Aunque sigue siendo uno de los más poderosos de América Latina, ese número contrasta con el 75% que representa entre los años sesenta y ’80. “Es allí donde entra la nostalgia: ese país casi sin pobreza, donde se instaló la idea, lo cual fue cierto por un tiempo, que todos éramos de clase media”, dice Oliveto. Esa percepción colectiva, que funcionó como un arquetipo de identidad, hoy está en crisis.

Una mutación que se preocupa

Uno de los conceptos centrales del análisis de Oliveto es la “mutación genética” de la clase media. “Detectamos, en nuestros estudios cualitativos, que el gen de la clase media (aspiracional, meritocrática, promotor de estudio y movilidad) está siendo reemplazado por el gen de la pobreza, que se resigna, que no espera nada”, explica. Según el autor, esta mutación no solo es económica, sino simbólica y cultural.

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La pandemia, dice, actuó como un catalizador para una ruptura moral. “El pacto con el estado se rompió en el momento más crítico. La gente sintió que el gobierno liberó su mano y que, al mismo tiempo, se metió en su vida inicialmente comprensible, pero luego intolerable”, dice, recordando restricciones extremas como la prohibición de decir adiós a los desechos o el cierre de las escuelas.

Ese último punto, la educación, sigue siendo un bastión simbólico de la clase media, incluso golpeado. “Ese elemento no se negocia. Cuando preguntas cómo sales del pozo, la respuesta sigue siendo: con educación”, dice Oliveto. Por lo tanto, rechaza la idea de que los argentinos han dejado de evaluar la escuela: “En las prioridades diarias, la inflación o la seguridad aparecen, pero en la educación a largo plazo sigue siendo clave”.

Cuatro traumas en 50 años

Para el consultor, el deterioro de la clase media argentina se puede rastrear en una secuencia de grandes traumas socioeconómicos: el Rodrigazo en 1975, la hiperinflación del ’89, la crisis de 2001-2002 y la pandemia. “La sociedad vivió eso como un bombardeo que primero dejó el 30% fuera del barco y luego rompió la homogeneidad interna de la clase media”, dice.

Hoy ya no hay el cuerpo colectivo que compartiera valores y espacios. En cambio, hay una marcada separación entre una clase media alta que resiste el ingreso mensual familiar de $ 4,500 a $ 6,000, y una clase media baja con ingresos de alrededor de 2,000 dólares, cuyo objetivo principal es “llenar el refrigerador y no caer”.

El deterioro también se refleja en el imaginario. Mientras tanto, incluso aquellos que pertenecían técnicamente a las clases bajas autopercesadas como clase media, hoy en día, muchos de la clase media baja son vistos como “trabajadores”, “remakes” o, directamente, “pobres intermitentes”. Según Oliveto, “eso muestra una pérdida de aspiración. Está crujiendo”.

Que se perdió

En la clase media de la década de 1970, ’80, la que Oliveto llama “Mafaldina”, tener su propia casa era el norte. Un símbolo de raíces para un origen inmigrante. “Hoy no lo es. La casa dejó de ser accesible y el crédito hipotecario se extinguió”, recuerda. De hecho, ese instrumento llegó a representar el 5% del PIB en ese momento, y hoy es solo el 0.2%. La pérdida de acceso a bienes estructurales como vivienda, educación y salud de calidad marca el deterioro del modelo tradicional. “El pacto era: no puedo comprar la casa, así que viajo, voy a las compras, accedo a la tecnología. Pero ese umbral también se está reduciendo”. En este contexto, la devolución del crédito hipotecario sería, para Oliveto, una herramienta clave para la reconstrucción. “Te hace pensar 10 años y no 10 días. Es esencial volver a un tejido social más homogéneo”.

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Una esperanza realista

A pesar del sombrío panorama, Oliveto cree en una “esperanza realista”, una categoría que distingue el optimismo vacío. “El optimista se sienta a esperar. El esperanzador se pone en acción”, define, citando al crítico británico Terry Eagleton. En términos estructurales, argumenta que Argentina tiene un “gran boleto por delante”: un ingreso anual adicional de entre 60,000 y 80,000 millones de dólares alrededor de 2033, gracias a los motores de Vaca Muerta, Minería, Agricultura y Economía del Conocimiento. “Ese ingreso puede usarse para reconstruir la integración o puede profundizar la fragmentación. Depende de cómo se gestione”, advierte.

La clave, según Oliveto, será en dos elementos fundamentales: empleo y educación privada registrada. “El trabajo formal da previsibilidad, dignidad y posibilidad de proyectar. Hoy hay 6.3 millones de empleados privados registrados, un número que no crece hace más de una década. Y hay 9 millones de informales y 1,5 millones de desempleados. Ese es el gran desafío”.

La otra pierna, concluye, es el sistema educativo. “El mito del taxista existe, pero en crisis. En todos los estudios, la correlación entre el nivel educativo y la calidad del empleo es muy alta. La sociedad misma dice: de este sale con la educación”. Por lo tanto, en un país marcado por la inestabilidad, Oliveto propone recuperar las herramientas históricas que alguna vez permitieron imaginar una clase media amplia y fuerte. Con el pragmatismo y la acción, sostiene, todavía hay tiempo para torcer la tendencia y reconstruir un futuro.

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