Se encuentra en un color gris natural. Se percibe pesado, sólido, áspero. No busca pasar desapercibido en el espacio urbano. Por el contrario, lo rompe con el predominio de elementos modulares que carecen de todo tipo de adornos. Simple, austero, pero con líneas que se destacan por su creatividad, permitiendo movimientos únicos. Es por su crudeza que retiene la atención del espectador. Este es el brutalismo arquitectónico.
Al ser económico en su construcción y funcional en su uso, este estilo de diseño, surgió en los ´50 años, sirvió para la reconstrucción de países destruidos por la Segunda Guerra Mundial. “Menos, es más”, es la práctica ejecutiva de tales edificios. Con el uso de un solo material, el concreto visto, lo único que parece es el propósito para el que se construyó.
En la víspera del comienzo de las campañas electorales, es pertinente reflexionar sobre el paralelismo estético-funcional entre el brutalismo arquitectónico y el brutalismo discursivo en Argentina. Subser presentado por Gutiérrez-Rubí como una característica del brutalismo discursivo y derecha se adoptó como un marco narrativo a lo largo de la clase política en Argentina. Hay varias ventajas y soluciones ofrecidas por este tipo de discursos que pueden ensamblarse a partir de un solo componente.
Estos no les gustan los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Es por eso que molesta a quienes creen que son los dueños de la verdad.
Economía
El brutalismo discursivo tiene una entrada barata: el insulto.
Esto no requiere una elaboración discursiva complicada o alguna transposición didáctica laboriosa. Su enunciación no exige ningún esfuerzo intelectual. El insulto se expresa en su estado natural y directo.
Ranking de insulto increíble de Javier Milei
Además, los “ahorros” en las elaboraciones argumentativas racionales tienen otra ventaja: la economía en el esfuerzo cognitivo de la OMS escucha. El insulto imprime la imagen en la mente y es procesada por emociones automáticamente. En otras palabras, el insulto no exige la instancia racional “consciente” del pensamiento crítico, nombrado por el psicólogo Daniel Kahneman.
Versatilidad
El insulto es algo simple, simple y, sin embargo, tiene una creatividad sin límites. Permite las figuras ilustrativas más variadas. En los últimos años, hemos sido testigos de una variedad infinita en las formas de insultar, humillar y menospreciar a los adversarios políticos: de la conocida “mierda izquierda” o “piezas de soretes”, a la oposición más ligera como, “hay un olor a pipí”, “los inútiles”, o el “hinché mis balones”.
Funcionalidad y propósito
Desde el insulto accidental, disubicado, y eso requirió una disculpa pública, fuimos a un insulto calculado, estratégico, premeditado. Su implementación tiene como objetivo romper la monotonía de la narrativa razonada, lineal y aburrida del discurso político clásico. Y lo hace de manera efectiva.
Parafraseando al profesor Gonzalo Sarasqueta, en su texto cuando el ruido es una señal. El ultra derecho como un tema comunicativo, el golpe del insulto genera la reacción del ciudadano, por lo que presta su “atención” al político.
En la era de la dispersión cognitiva y la fragmentación atencional, el insulto funciona como compromiso con el electorado de las emociones negativas. Es el estímulo el que redirige el interés del público para quienes lo formulan.
En 2021, los políticos se sorprendieron por el uso público y sin vergüenza de insulto. Su “corrección política” los hizo desapercibidos por una retórica malvada, pero práctica al lograr adherentes. El insulto se convirtió en la respuesta a la apatía política, porque movilizo la ciudadanía pasiva a través de la empatía con el sentimiento de la época, la ira.
Hay democracias de 1,000 palabras y democracias de 40,000. Una democracia de pocas palabras es una democracia restringida a algunas “
Por lo tanto, el resto del liderazgo político, entendió que debería adoptar el brutalismo discursivo, dar conciencia y expresividad a la suya. Ya en 2025, los ciudadanos enojados y furiosos, de todos los espectros ideológicos, son retenidos en su identidad política por insulto y humillación al adversario.
Hace unos años, la reconocida escritora española, Luisa Etxenike, señaló la diferencia de que hay 1,000 palabras o 40,000, en cualquier aspecto de la vida diaria, y es por eso que se entiende que hay democracias de 1,000 palabras y democracias de 40,000. Una democracia de pocas palabras es una democracia restringida a algunas, lo que expulsa o limita la coexistencia con el otro.
Porque la palabra tiene el poder de crear: somos la palabra que nos decimos a nosotros mismos. Es la “performatividad” del lenguaje, que produce y construye la realidad. Esto nos obliga a considerar el tipo de democracia que estamos proyectando a la realidad, cuando el discurso que usamos se vuelve brutal, cuando construimos coexistencia en un lenguaje agresivo, cuando concebimos la identidad del otro de su humillación.









