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Bolivia: violencia, crisis y un escenario electoral en disputa

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Menos de dos meses a partir de las elecciones presidenciales del 17 de agosto de 2025, Bolivia está pasando por una de las situaciones políticas más complejas desde la recuperación democrática. La combinación de una fractura profunda en el partido gobernante, una oposición dispersa, una institucionalidad debilitada y una crisis económica estructural han llevado a una escalada de violencia y crecientes dudas sobre la legitimidad y viabilidad del proceso electoral. Lejos de ser otra opción, estas elecciones podrían convertirse en un nuevo punto de inflexión para la democracia boliviana.

La historia reciente del país ayuda a comprender el momento actual. En las últimas décadas, Bolivia alternó momentos de estabilidad con brotes institucionales, como los vividos en 2008, 2019 o incluso durante el intento de golpe informado por el presidente Luis Arce el año pasado. Pero lo que distingue al presente es que la polarización ya no ocurre entre el fallo y la oposición, sino dentro del movimiento hacia el socialismo (MAS), el Partido Hegemónico desde 2006. La disputa entre Evo Morales y Luise no solo enfatiza la estructura del partido sino también desorden el mapa político, evita la consolidación de alternativas y pone todo el sistema bajo control.

Ni moral ni hardde. ¿Pero cómo entender los conflictos de las últimas semanas? Hace dos meses, el Tribunal Constitucional Plurinacional ratificó la descalificación de Evo Morales como candidato presidencial, basado en el límite constitucional de dos mandatos consecutivos. Morales, quien ya gobernó entre 2006 y 2019, denunció la decisión como una traición al propio Arce, a quien ungió como su sucesor en 2020, y convocó sus bases sociales para resistir. La respuesta fue inmediata: bloqueos en puntos estratégicos del país, como los trópicos de Cochabamba y Potosí, marchan hacia la capital, las amenazas de boicot electoral y los crecientes niveles de violencia. Pero si bien todo esto sucede, además, el ex presidente tiene una orden de arresto que lo obliga a permanecer retenido con varios anillos de seguridad y bajo la protección de sus seguidores en Lauca ñ, su principal bastión político.

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Por su parte, el actual presidente, Luis Arce, también salió del concurso. Lo hizo invocando la necesidad de evitar la fragmentación del voto de la izquierda, aunque su renuncia también fue el reflejo de una realidad ineludible: su escaso flujo electoral (5% de la intención de votación, según el encuestador de Ciesmori en mayo de 2025) y su falta de control sobre el aparato partisano. ARCE nunca logró consolidar su propia estructura dentro del MAS o un bloque de poder autónomo. Durante todos estos años, el partido permaneció en manos de EVO a través de organizaciones de matrices como los trabajadores de los trabajadores bolivianos (COB) y las Federaciones de Cocaleras del Capare.

En ese contexto surgió un nuevo nombre: Andrónico Rodríguez, presidente del Senado, Líder de Cocalero de bajo perfil, pero con llegada a ambos sectores. Apoyado por Arce y vinculado al entorno de EVO, Andronón aparece como una figura de transición o “candidato de puente”, que canaliza el duro voto de los MAS, pero sin costos de Morales o los enfrentamientos de Arce. Su candidatura busca preservar la unidad del partido gobernante, aunque EVO insiste en que solo él debe ser el candidato.

Contexto de crisis. Todo esto sucede en un contexto de creciente deterioro institucional y social. Entre el 7 y el 11 de junio, Bolivia vivió una de las semanas más violentas en años: cinco personas murieron (tres policías, bomberos y manifestantes), al menos 17 resultaron heridos y más de 40 fueron arrestados. En varias regiones, se denunciaron la dinamita, la emboscada y el uso de armas de fuego por los manifestantes. El gobierno acusó a la infiltración de grupos armados vinculados al tráfico de drogas, mientras que de la oposición se denuncia una militarización del país con más de 5,000 tropas desplegadas. La frontera, entre la protesta social, el crimen organizado y la represión del estado, se vuelve cada vez más difusa.

Paralelamente, el Tribunal Electoral Supremo también enfrenta críticas. Tanto del “evismo” como de la oposición denunciaron la parcialidad y la falta de transparencia. El cuerpo discapacitó a Morales, pero aún no pudo generar consenso sobre la lista electoral, que en 2023 fue cuestionada por presentar más de 800 mil registros con irregularidades. Mientras tanto, la OEA y la ONU aún no han confirmado su participación como observadores internacionales. Y sin veteranos, sin acuerdo político y con presencia militar en áreas clave, el proceso electoral corre el riesgo de ser fuertemente desafiado.

Y como si todo esto no fuera suficiente, el estado actual de la economía agrava aún más el problema. Bolivia está pasando por uno de sus peores momentos macroeconómicos desde principios de siglo. En 2024, el crecimiento fue de solo 1.3% y para este año se proyecta 1.5%. El déficit fiscal es de alrededor del 8% del PIB, las reservas internacionales se redujeron a ⅙ lo que tenían en 2014, y el dólar paralelo se cita hasta un 30% por encima del oficial. A esto se agrega el colapso de las exportaciones de gas, que pasó de 6 mil millones a menos de 1.500 millones anuales, y la informalidad laboral, que excede el 70%.

Aunque la inflación permanece relativamente contenida, los salarios están estancados y la incomodidad social crece. Las protestas por la escasez de combustible, los medicamentos y los alimentos no responden solo a los clivativos partidistas: también expresan al harto de un modelo que, para muchos, ya no da respuestas.

La oposición tampoco convence. Pero si bien las fracturas gobernantes y testigos de una de las peores crisis sociopolíticas y económicas en décadas, la oposición no parece reedir y todavía no encuentra una estrategia efectiva. Carlos Mesa, quien fue segundo en las elecciones de 2020, perdió prominencia. Luis Fernando Camacho continúa encarcelado desde 2022, y otros líderes, como Manfred Reyes Villa o Samuel Doria Medina, no se conectan con el electorado. Las encuestas reflejan esta parálisis: ningún candidato a la oposición excede el 15% de la intención de votación, y en regiones clave, como el área alta o rural, la mayoría conserva una base social importante. Pero, antes de un colapso similar, ¿por qué la oposición no puede consolidarse? Porque el discurso anti -Mass ya no es suficiente. El electorado busca respuestas concretas a la crisis, y la fragmentación de la oposición evita la construcción de una alternativa sólida. Sin una coalición amplia, sin un liderazgo claro y sin presencia territorial, los bloques de oposición corren el riesgo de ser irrelevantes nuevamente.

Escenarios: orden, violencia o suspensión electoral. ¿Qué puede pasar después del 17 de agosto? Ante esto, hay tres escenarios: el primero, una opción relativamente ordenada, con participación internacional, triunfo del MAS (con Andronón o con otro candidato) y aceptación de resultados. Es la menos probable, pero aún posible alternativa si se llegan a los acuerdos mínimos.

El segundo, una elección sin legitimidad, con quejas cruzadas, violencia, posible abstención en regiones clave y un resultado disputado que agrava la crisis.

Y el tercero, el aplazamiento o suspensión del proceso electoral, ya sea la escala de violencia o si alguno de los actores más poderosos (EVO, el gobierno o el ejército) decide romper el marco institucional.

En cualquier caso, Bolivia está en una encrucijada. La historia reciente muestra que subestimar la capacidad de movilización de los actores sociales, la volatilidad de las instituciones y la tensión entre la legalidad y la legitimidad pueden tener costos muy altos. Todavía hay tiempo para un diálogo nacional que evite el colapso. Pero cada semana que pasa sin acuerdo es otro paso hacia el Abismo.

*Licenciatura en Ciencias Políticas (UCA). Investigador del Centro de Estudios Internacionales (CEI-UA) -Co-Host del podcast The Latin American Coffee en YouTube.

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