Cada generación deja una deuda. El nuestro corre el riesgo de dejar un impage: millones de niños que no entienden lo que leen. La mitad de los niños de tercer grado en Argentina no entienden un texto simple. No estamos hablando de poesía hermética o tratados filosóficos; Hablamos de un simple párrafo. Este no es un hecho aislado o exagerado. Es el resultado bruto del Evaluation Learning 2024, publicado por el Ministerio de Capital Humano mismo. Lo sabemos. Está documentado.
Y, sin embargo, el Congreso aún no actúa con la urgencia que exige este colapso educativo. Argentina necesita urgentemente una ley nacional de emergencia educativa, sancionada por ambas cámaras del Congreso.
La alfabetización no es solo un derecho: la alfabetización nos da libertad y nos brinda oportunidades. Un niño que no puede leer, no puede aprender historia, ni matemáticas, ni ciencias. Una niña que no puede leer no puede lograr el aprendizaje necesario para satisfacer las demandas académicas y sociales de la escuela secundaria y tiene más posibilidades de abandonarlo. Cuando los jóvenes no leen, no pueden desarrollar la autoestima necesaria para construir como ciudadanos completos y, en consecuencia, no pueden participar plenamente en la vida cívica. No pueden aspirar al trabajo formal. No pueden ejercer su libertad. Y si los jóvenes no pueden ejercer su libertad, no hay un programa liberal que pueda salvarlos.
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Una pedagogía para el sentido común
La educación argentina es, décadas, sentada en una bomba de tiempo. Los resultados de la evidencia recientemente difundida advierten que esta bomba ya ha explotado. Todos los días que el Congreso toma para declarar la emergencia educativa nacional, 2.500 niños más quedan sin comprensión de lectura. Cada semana de inacción es una generación que se desliza un poco más hacia el analfabetismo funcional.
Solo un Congreso que no entiende la realidad económica puede elegir mirar para otro lado: los estudios han demostrado que cada dólar invertido en la alfabetización de los niños contribuye a la generación de hasta siete dólares en el producto interno bruto de su país. El analfabetismo funcional empobrece a todos los argentinos. En otras palabras: mantener esta triste realidad nos cuesta muy caros. No hay razones económicas, sociales o éticas para no invertir e intervenir de la manera adecuada.
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El gobierno ha tomado algunas medidas. El Plan Nacional de Alfabetización lanzado por el Ministerio de Educación de la Nación nos mueve en la dirección correcta. Hay un préstamo de 500 millones de dólares del Banco Mundial. Con este dinero puedes comenzar a trabajar. Las pruebas de aprendizaje se han reactivado, sin las cuales sería imposible evaluar y medir el progreso o los contratiempos. Este conjunto de acciones y políticas públicas es importante.
Pero no es suficiente. Lo que falta es una respuesta política de igual magnitud a la crisis que enfrentamos. Una ley. Un presupuesto. Un compromiso público. Una urgencia compartida.
Para alfabetizar una nación se necesitan al menos 3 acciones concretas:
Capacitación masiva en prácticas de enseñanza adecuadas para la alfabetización y el desarrollo de la lectura para todos los maestros en el Territorio Nacional para dirigir la entrega de libros a los hogares Una campaña nacional para que cada familia lea veinte minutos al día con sus hijos. Necesitamos que los maestros enseñen métodos demostrados, que los niños tienen libros adecuados en su hogar, y que los padres y las madres se comprometen a garantizar que los niños lean 20 minutos todos los días en casa. Estas son las condiciones mínimas necesarias para que los niños aprendan a leer.
Estas estrategias no son la teoría, sino la práctica comprobada tanto por evidencia científica como anecdótica: países como Finlandia, Portugal, Chile, Perú y Singapur se presentaron. Lo hicieron con la planificación, con recursos, y especialmente con la decisión política y el compromiso social.
Cuando Finlandia dibujó su estrategia de educación nacional, todavía era un país pobre dependiente de ruso; Singapur decidió salir de la pobreza y la dependencia de las apuestas de China, también en un plan de educación nacional. Ambos países tardaron 50 años en cumplir con sus objetivos. A lo largo de estas largas décadas, sabían cómo mantener políticas educativas sólidas.
Argentina necesita urgentemente una ley nacional de emergencia educativa, sancionada por ambas cámaras del Congreso, porque el sistema actual no tiene herramientas legales o presupuestarias para responder a la magnitud del colapso en la alfabetización infantil. Esta ley debe declarar la emergencia durante al menos cuatro años, establecer prioridad presupuestaria absoluta para los programas de lectura iniciales, convocar las provincias para implementar planes de alfabetización basados en evidencia y crear un sistema de monitoreo trimestral con la rendición pública de los resultados. Además, debe incluir la capacitación obligatoria de los maestros en la lectura de la enseñanza, garantizar la entrega de libros a todos los hogares con niños del 1 al 3er grado y establecer un fondo de emergencia educativa nacional para intervenir inmediatamente en la alfabetización de las regiones más críticas. Sin esa ley, continuaremos repitiendo diagnósticos sin capacidad real de transformación.
Que el ruido de la situación no nos confunde. Esta es la verdadera crisis. Y este es el momento de actuar. Porque si el Congreso no se mueve hoy, la historia lo recordará como el poder que, tener datos, recursos y oportunidades, no hizo nada.
Tiempo termina. Y el silencio, esta vez, también se escribirá en cuadernos vacíos. Aunque tal vez, para entonces, nadie se queda en una posición para leer lo que habríamos podido evitar.









