La batalla contra el antisemitismo y todo el discurso de odio es, sobre todo, una batalla cultural y pedagógica. No es suficiente señalar el problema: debemos enfrentarlo desde la raíz, con las herramientas más poderosas que tenemos como sociedad: capacitación y educación.
Educar es mucho más que transmitir conocimiento, es formar consciente, sembrar empatía, enseñar a vivir en la diferencia y respetar la dignidad de cada persona.
Esa tarea comienza en hogares, se extiende en aulas, clubes, instituciones, medios de comunicación, redes sociales y en cada espacio público. No se trata solo de programas escolares o charlas esporádicas.
Estos no les gustan los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Es por eso que molesta a quienes creen que son los dueños de la verdad.
Es un compromiso sostenido: enseñar en casa con el ejemplo, discutir en la escuela que ejerce la memoria y el pensamiento crítico, generando contenido en los medios que fortalecen el respeto y el pluralismo y, por supuesto, el uso de redes sociales como plataformas para desarrollar la ciudadanía en lugar de siembra la violencia.
Antisemitismo recargado: cuando el odio nube la razón
El espíritu de una organización comprometido con la coexistencia democrática no solo puede ser castigador, porque sería solo el final de una película muy extensa. Castigar es cuando el daño ya ha ocurrido.
Educar, por otro lado, evita, anticipa, construye un tejido social más fuerte y más fuerte. Por lo tanto, las instituciones tienen la responsabilidad de asumir la educación como un eje central de su trabajo, más allá de sus áreas de acción específicas.
El silencio e impunidad terminan validando lo intolerable “
Dejar esta tarea sería rendirse a la indiferencia. No tenemos derecho a dejar de educar, porque lo que está en juego es más profundo que un resultado inmediato: es el sentido de la comunidad, la capacidad de vivir en paz a pesar de las diferencias y la esencia misma de nuestra vida democrática.
La educación es la respuesta más ética que podemos dar, porque enseñamos que el antisemitismo, el racismo y todas las formas de discriminación no son opiniones, sino la violencia que duele, excluye y destruye. Formar conciencia en este punto es la forma más duradera de erradicar el odio. Por lo tanto, combatir los discursos de odio es un valor absoluto.
Es una obligación moral y social que debe guiar a cada familia, cada escuela, a cada medio de medios y a cada institución. Porque de lo contrario, el silencio y la impunidad terminan validando lo intolerable.
La lucha contra el antisemitismo y contra cualquier discurso de odio no puede reducirse a la aplicación de sanciones. Castigar cuando sea apropiado es necesario, pero nunca suficiente. La sanción es siempre un recurso de última instancia: se produce cuando la educación ya no alcanzó.









