Tel Aviv se despertó este sábado con la resaca de una noche de sirenas y explosiones, un brutal recordatorio de que la seguridad, en este rincón del mundo, es un bien escaso y volátil. Los edificios del centro, algunos con fachadas y ventanas destrozadas convertidos en astillas, testifican los misiles iraníes que lograron superar, aunque en un pequeño número, el sofisticado escudo antímil de Israel.
Desde este sábado por la mañana, las cuentas vinculadas al ejército iraní, los portavoces oficiales y los líderes de la Guardia Revolucionaria comenzaron a publicar amenazas en las redes sociales, que anticipan “nuevas sorpresas” para Israel y advierten que “lo que viene será más fuerte que lo que se vio”. Las publicaciones, en persa e inglés, rápidamente viralizaron y reforzaron la percepción de que el conflicto podría subir aún más en las próximas horas.
Tres muertos y más de 60 heridos, según los servicios de emergencia, es el equilibrio humano de un ataque que dejó más que los escombros: sembró una preocupación que atraviesa las calles de esta ciudad, generalmente inmune a la introspección.
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Cen Gabizon, un año de 29 años, lo describió crudamente a AFP: “Todo temblaba: humo, polvo, todo estaba disperso. Daba miedo”. Sus palabras, dicho desde un refugio subterráneo, capturan el pulso de una sociedad que, aún bronceado durante décadas de conflicto, no termina de acostumbrarse al vértigo de la guerra.
Este viernes, un punto de inflexión fue marcado en la relación ya tensa entre Israel e Irán, dos poderes regionales separados por 1.500 kilómetros pero vinculados por una enemistad que parece no tener fin.
Israel lanzó un ataque sin precedentes contra más de 200 goles en suelo iraní, entre instalaciones militares y nucleares, con el argumento de que Teherán estaba a un paso del “punto sin retorno” hacia la bomba atómica.
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La operación, de precisión quirúrgica y efectos devastadores, dejó un alto equilibrio de impacto: docenas de muertos, incluido el jefe del personal iraní, el líder de los guardianes de la Revolución, el comandante de la fuerza aeroespacial y nueve científicos nucleares.
Las instalaciones clave en Isfahán, Fordow y Natanz sufrieron daños, aunque la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA) minimizó el impacto estructural y descartó, por ahora, riesgos radiactivos significativos.
Irán, quien insiste en que su programa nuclear tiene propósitos civiles, respondió con un aluvión de misiles balísticos, después de 150, según el embajador israelí en Washington, Yechiel Leiter, dirigida contra bases militares y estratégicas en Israel.
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La mayoría fueron interceptados gracias a la cúpula de hierro y al apoyo de los radares estadounidenses, un gesto de Washington que reafirma su papel como aliado clave de Jerusalén, pero también como mediador en un juego diplomático cada vez más delicado. Sin embargo, algunos proyectiles lograron afectar a Tel Aviv, que dejó daños y un mensaje inequívoco: la distancia geográfica no es una garantía de invulnerabilidad.
Este sábado, Israel redobló la apuesta. Su fuerza aérea bombardeó las defensas anti -aviones y lanzamiento en Teherán y otras ciudades iraníes occidentales y noroeste, donde se concentran bases militares estratégicas.
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“Si el líder supremo iraní, Ayatolá Ali Jamenei continúa disparando misiles contra el frente interno israelí, Teherán arderá”, advirtió el ministro israelí Israel Katz, en una declaración que combina valentía con un cálculo político preciso: en Israel, la imagen de la fuerza es un imperativo existencial.
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“El dictador iraní está convirtiendo a los ciudadanos iraníes en rehenes y creando una realidad en la que, especialmente los residentes de Teherán, pagarán un alto precio por el daño criminal causado a los civiles israelíes”, dijo Katz en un comunicado.
De Teherán, el ministro de Relaciones Exteriores iraní, Abás Araqchi, no estaba muy lejos y describió los ataques como una “declaración de guerra”. La retórica de ambos lados parece diseñada para cerrar cualquier ventana de negociación, al menos a corto plazo, y alimentar un ciclo de represalias que amenaza con desestabilizar aún más la región.
La comunidad internacional, como de costumbre en estas crisis, se mueve entre la preocupación retórica y la impotencia práctica. El Papa Leo XIV solicitó “responsabilidad y razón”, mientras que el Secretario General de la ONU, António Guterres, pidió un alto el fuego en un mensaje X (ex Twitter) que suena más lamentable que exigir: “Basta de escalada, es hora de detenerse. Debe prevalecer la paz y la diplomacia”.
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Pero la diplomacia, en este contexto, parece un lujo inalcanzable. Estados Unidos, que desempeña un papel clave en la defensa de los antimil de Israel, promueve una nueva ronda de negociaciones nucleares con Irán, programada para este sábado en Omán. Sin embargo, la agencia iraní IRNA citó al portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Esmail Baqai, y dijo que la participación de Teherán “aún no está clara” después de los ataques israelíes. La desconfianza es mutua y profunda.
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, fiel a su estilo, elevó la temperatura con una advertencia a Irán: firmó un acuerdo nuclear que enfrenta ataques “aún más brutales”. En Israel, Benjamin Netanyahu, cuya supervivencia política depende de proyectar una imagen de liderazgo inflexible, prometió una “más” ofensiva.
La lógica de la escalada parece impuesta a cualquier visión de moderación. Irán, según Leiter, todavía tiene un arsenal de 2,000 misiles, mientras que Israel, con su superioridad tecnológica y el apoyo de Washington, no muestra signos de atraso.
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En Tel Aviv, las sirenas silenciadas, pero el eco de las explosiones esta mañana persiste en la psique de sus habitantes. Los refugios subterráneos, como el que protegió a Gabizon, son un recordatorio de que la normalidad en Israel siempre es provisional.
La región, una polvorína de tensiones sectarias y geopolíticas, está al borde de un conflicto a mayor escala. La pregunta no es quién ganará este brazalete, sin victorias en una guerra en la que los misiles se transfieran, sino cuánto perderán antes de la razón, si aún permanece, se impone.
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