El peronismo está jugando su última carta: la victimización. Ante la oración y la condena de Cristina Fernández de Kirchner, el dispositivo busca relatarse no de la ideología o de los logros, porque ya no los tiene, sino por la pena. Como si el juicio fuera un complot, y no el reflejo tardío de años de impunidad, corrupción y cinismo institucional.
Pero esa jugada comienza desde una base rota: ya no hay un peronista “nosotros”. Lo que alguna vez fue una fuerza monolítica, capaz de gobernar con puño de hierro, hoy está fragmentado en mil astillas. Algunos todavía están en el PJ, otros se camuflados en el profesional, otros navegan por la ola libertaria y muchos simplemente cierran donde ven un poder de poder.
Use la camisa del peronismo, un símbolo de orgullo durante décadas, hoy genera vergüenza. Cuesta cada vez más cantar la marcha, colgar la foto de Perón y Evita. Y de Nestor, sin mencionar: su figura se difumina como el mentor de una máquina de recolección política que terminó en una asociación ilegal. Pasó de un mito fundador a vincularse desde el colapso moral del movimiento. Este brutal fue la caída.
Estos no les gustan los autoritarios
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Si algo necesita a esta argentina lesionada, es un poder judicial independiente, que no responde a nadie más que a la ley
¿Qué queda del peronismo? Solo un núcleo duro, pequeño pero ruidoso, que amenaza con sacudir las calles si “tocan a Cristina”. La vieja lógica de “What Quilombo va a ensamblar” ya no se moviliza como antes, sino que anticipa un nuevo ciclo de polarización. Justo lo que se adapta a Javier Milei.
Porque si algo no le falta al presidente, es la voluntad de confrontar. Vendrá con los consejos para capitalizar el escándalo. No por convicción institucionalista, sino porque sabe que su narración crece del “anti”. Contra Cristina se fortalece. Contra el pasado, gana. En ese duelo personalista, tanto ella como él son favorecidos: se alimentan y se perpetúan.
Pero ojo. Milei hoy tiene un apoyo importante, mientras que las variables económicas lo acompañan. Eso no garantiza un futuro resultado electoral. Si los errores se acumulan y la oposición logra unirse detrás de una figura moderadamente creíble, el panorama puede cambiar. El que está en una posición incómoda es Axel Kicillof, atrapado entre su silencio desprecio por el kirchnerismo y la imposibilidad de romperse abiertamente. Quería ser diferente, pero terminó siendo rehén.
Lo siento, doctor
Mientras tanto, el resto del liderazgo político está atrapado en la calidez. Responderán por compromiso, como lo hicieron con la ley del archivo limpio: sin condena, sin coraje, sin calle.
En el fondo, el riesgo real no es solo la supervivencia de Cristina o el ascenso de Milei. Lo serio es que, en este escenario de infinitos enfrentamientos, la justicia está atrapada en la lógica de las facciones. Y eso sería trágico. Porque si algo necesita esta argentina lesionada, es un poder judicial independiente, que no responde a nadie más que a la ley.
La justicia no puede ser como rehén de la política o la plataforma de campaña personal. Debe ser precisamente lo que Cristina nunca quiso: un límite.
Por lo tanto, parafraseando al Bahiano, en esta “tarde gris siempre esperando, todo cambia, todo rueda y nada parece brillar. Ha sido tanto tiempo que casi lo siento. Y regreso al mismo lugar. Tal vez no sea el día ideal, tal vez hoy no lo sea. Puede que tenga tiempo para olvidar, tal vez no regrese.