En la ciudad de Buenos Aires, desde el regreso de la democracia, el peronismo nunca logró consolidarse como una mayoría. ¿Porque? ¿Cuándo estuvo más cerca? ¿Y qué enseñan esas excepciones? Hasta la elección de este domingo, solo dos veces podría ganar una elección legislativa en la capital. Esta es la historia de esos momentos en los que pudo y las lecciones dejadas por esos hitos.
Las dos veces ganadas en la legislativa. Ambas ocasiones en las que una lista peronista salió primero en la legislativa de Buenos Aires ocurrió antes de la reforma constitucional de 94, cuando los representantes fueron elegidos para el Consejo deliberativo de la Ciudad (antes de la formación de la Legislatura de Buenos Aires).
En 1989, Menem fue elegido como el sucesor de Alfonsín en el sillón de Rivadavia. Ese año, la crisis económica terminal del gobierno radical, marchando por hiperinflación, recesión y colapso de salarios reales, generó un voto de castigo masivo contra el partido gobernante. En la capital, el peronismo logró capturar esa incomodidad gracias a una campaña centrada en el cambio y la promesa de orden. La lista de Frejupo, encabezada por Miguel Ángel Toma, se benefició de una coyuntura donde el rechazo del radicalismo era más fuerte que cualquier identidad firme del partido.
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El peronismo sabía cómo articular un discurso progresivo, proponiendo “salariazo y revolución productiva”, que se conectó con las clases medias. La presencia de cifras como Germán Abdala, que se refiere a los trabajadores estatales y con una fuerte inserción en las villas del sur, fue clave para consolidar una mayoría circunstancial en un distrito históricamente adverso. El panorama institucional era complejo: la profundización de la crisis generó que Alfonsin declaró el estado de asedio a fines de junio y, poco después, luego su partida del gobierno.
El 8 de julio de 1989, Menem asumió la presidencia cinco meses antes de lo esperado, pero los diputados nacionales elegidos, entre ellos, los de esta lista de Frejupo, recientemente tomaron posesión de sus bancos el 10 de diciembre, lo que causó un retraso entre el Ejecutivo y el Congreso que surgió de la misma elección. Esta anomalía no fue corregida hasta una década después, en 1999.
El triunfo de 1993. En 1991, el peronismo mantuvo un buen desempeño en la ciudad de Buenos Aires, aunque no pudo imponerse en la Unión Cívica Radical. Pero en 1993, con la reelección de Menem como objetivo, el fallo promovió un acuerdo conocido como el Pacto de Olivos, que abrió las puertas a la reforma constitucional de 1994. El peronismo alcanzó las elecciones legislativas con recursos disponibles y un aparato alineado detrás de su cifra presidencial. En 1993 prevaleció en la ciudad con el triunfo de Erman González, aunque con una diferencia menor que en 1989.
Pero ese triunfo también tiene otra lectura: fue el último reflejo de un momento en que el PJ todavía retuvo una inserción urbana significativa, sostenida por redes sindicales, organizaciones de vecindad y presencia territorial. Después de ese pico, la tendencia estaba claramente descendiendo, acompañando el giro neoliberal del menemismo y la consiguiente desviación de los sectores populares más afectados por las reformas y políticas de ajuste.
El crecimiento del desempleo, la precariedad laboral, el cierre de las fábricas y la expulsión de los sectores intermedios hacia la pobreza configuraron una nueva geografía social en la ciudad. El peronismo, cada vez más identificado con políticas de ajuste, perdió legitimidad antes de sus propias bases. Esto, combinado con la fragmentación del movimiento, anticipó el colapso institucional de 2001, cuando estalló la crisis de la deuda y se produjo un vacío político en todos los niveles. El peronismo por Porteño implosionó, y el naciente kirchnerismo, sin una propia asamblea, apoyó la candidatura para el Jefe de Gobierno de Aníbal Ibarra en las elecciones de 2003, que fue despedida por un juicio político después de la tragedia de Cromñón, donde 194 jóvenes murieron por el incendio espacial cultural durante un recital de rocas. Nunca más, la ciudad gobernó a un candidato apoyado por el peronismo.
Aunque el kirchnerismo logró permanecer 12 años en el poder, la ciudad fue durante todo ese tiempo un bastión de la oposición, con el profesional a la cabeza. Con alianzas erráticas y liderazgo sin raíces locales, el kirchnerismo nunca logró revertir esa tendencia. Solo en 2019, con un frente de todos sufridos después del deterioro de la presidencia de Macri, el peronismo volvió a hacer una buena elección.
Postkirchnerismo. En 2019, la lista fue encabezada por Matías Lammens para el Jefe de Gobierno. El frente de todos logró consolidar el voto de la oposición a Mauricio. La recesión económica, el aumento del dólar, la caída del salario real y el aumento de la pobreza fueron el contexto de una elección polarizada, en la que Buenos Aires Peronism logró exceder el 34% de los votos, su mejor resultado en 36 años de democracia, aunque se quedó juntos para el cambio, que obtuvo 54.2% en la legislatura.
Pero el gobierno de Alberto Fernández no pudo sostener esa expectativa. La combinación de la gestión borrosa, los reclusos permanentes entre el presidente y el vicepresidente, y una economía que continuó deteriorándose, con inflación récord, caída del salario y pérdida del poder adquisitivo, debilitaba progresivamente la identidad de todos como alternativa. Ese desgaste abrió la tierra para el surgimiento de la libertad, que canalizó la ira social con una narración de ruptura y antipolítico, especialmente entre los jóvenes de los sectores populares que alguna vez simpatizaban con el peronismo.
En 2023, Leandro Santoro dirigió la lista de la Unión para el país en la ciudad de Buenos Aires, conquistando un piso sólido de representación en un distrito históricamente adverso. Su perfil moderado, su capacidad para diálogo y su instalación de medios lo posicionaron como una figura de proyección para futuras disputas electorales en la ciudad.
Las claves: alianzas e identidad. Las mejores actuaciones del peronismo en la ciudad no fueron el producto exclusivo de las estructuras de los partidos tradicionales, sino de la aparición de figuras con un fuerte ancla local y la asamblea de amplias coaliciones capaces de trascender los núcleos duros de los votantes. Cuando logró combinar un liderazgo con la sensibilidad de Buenos Aires con una narrativa inclusiva y alianzas estratégicas, pudo disputar en condiciones.
Sin embargo, también es cierto que estas buenas elecciones se explican más por la fragmentación del electorado de la oposición que debido a su propio crecimiento sostenido. A diferencia de otros distritos en el país, donde el peronismo ha superado el 40% o incluso el 50% de los votos, en la ciudad casi nunca logró perforar su techo histórico del tercero.









