MADRID – La visita de agosto de 2025 del presidente iraní Masoud Pezeshkian a Islamabad marca un momento fundamental en la evolución de la compleja relación entre Irán y Pakistán.
Más allá de la mera proximidad geográfica, se está desarrollando un nuevo capítulo en el que ambos estados buscan consolidar un eje estratégico que integra seguridad, desarrollo económico y presencia regional en un paisaje geopolítico cada vez más competitivo y fragmentado. Este artículo tiene como objetivo desempacar la relación bilateral entre los dos países, así como los desafíos que se avecinan, tanto a nivel bilateral como regional.
Raíces históricas: una relación formada por la cooperación y la complejidad
Para comprender la dinámica actual de las relaciones de Irán-Pakistán, es esencial revisar su historia compartida, una historia que combina momentos de cooperación, tensión y coexistencia dentro de un contexto geopolítico cambiante y a menudo volátil. Irán fue uno de los primeros países en reconocer la independencia de Pakistán en 1947, un gesto que sentó las bases de una relación oficialmente cordial que ha persistido, con altibajos, en el tiempo.
En la década de 1960, por ejemplo, Irán apoyó a Pakistán en sus conflictos con la India, proporcionando armas y combustible a precios preferenciales. Sin embargo, la Revolución Islámica de 1979 transformó profundamente la región y redefinió las relaciones bilaterales. A medida que Pakistán profundizó sus lazos con Arabia Saudita y fortaleció su identidad sunita, Irán consolidó su chiíta, dando forma a un paisaje ideológicamente divergente que influiría en la dinámica política y social. Esta divergencia, aunque arraigada en la diferencia confesional, funcionó principalmente como una tensión política y estratégica sin socavar por completo la cooperación pragmática.
La frontera compartida entre la provincia de Baluchistán de Pakistán y el Sistán y Baluchestán de Irán ha sido durante mucho tiempo una región volátil, afectada por movimientos insurgentes y tráfico ilícito. Estos desafíos han requerido que ambos países lidiaran con problemas similares, desde la seguridad interna hasta la contención del extremismo, aunque sus respuestas han variado según los contextos y las prioridades nacionales.
Un episodio particularmente complejo ocurrió durante la Guerra Civil afgana en la década de 1990, cuando Irán y Pakistán apoyaron facciones opuestas: Irán respaldó la alianza del Norte, mientras que Pakistán apoyaba a los talibanes. Esta fase destacó las profundas diferencias estratégicas, pero no cortó los lazos diplomáticos y comerciales, lo que continuó funcionando a pesar de las tensiones.
Las dimensiones culturales y basadas en la identidad han servido como anclajes en esta relación. Las comunidades islámicas en ambos países, los lazos históricos y la proximidad cultural proporcionan un marco que permite gestos de solidaridad incluso en tiempos difíciles. Esta base cultural, junto con realidades económicas y estratégicas, señala una relación multifacética que privilegia la coexistencia sobre la confrontación.
Seguridad y estabilidad fronteriza: un desafío estructural
La frontera de casi 900 kilómetros de largo entre Irán y Pakistán ha sido tradicionalmente un espacio de vulnerabilidad y desafío. Los grupos terroristas que operan en Baluchistán, como Jaish al-Adl y el Ejército de Liberación de Baluchistán, representan una amenaza persistente que trasciende las fronteras nacionales y ha dado forma a la agenda bilateral durante décadas. Durante la reciente visita, ambos gobiernos enfatizaron la urgencia de fortalecer la seguridad y la cooperación de inteligencia, reconociendo que manejar estas fuerzas terroristas y la violencia asociada es central para la estabilidad regional.
Este compromiso intergubernamental no es solo una respuesta a las amenazas inmediatas; Es parte de una estrategia a largo plazo destinada a transformar un borde históricamente poroso en un espacio de control y gestión compartidos. La coordinación en las intercepciones, el intercambio de inteligencia y las operaciones conjuntas señala una vía hacia la reducción de la violencia estructural que afecta a las poblaciones locales y obstaculiza cualquier visión del desarrollo económico sostenible.
Al adoptar esta estrategia, ambos países demuestran voluntad política para superar la desconfianza histórica, incluso mientras las tensiones no resueltas persisten con respecto a ciertas facciones insurgentes y cuestiones etnoculturales complejas. Sin embargo, su visión compartida del problema y sus soluciones sugiere un nivel de cooperación que la relación bilateral rara vez había alcanzado antes, antes.
El impulso económico: apuntar a la integración y la complementariedad
La alianza se extiende más allá de la seguridad. El objetivo declarado de ambos gobiernos aumentará el comercio bilateral de $ 3 mil millones a $ 10 mil millones, destaca el alcance de su ambición compartida. La firma de doce acuerdos y memorandos de comprensión, sectores que cubren como energía, tecnología, turismo y transporte, se adhiere a su intención explícita de superar las barreras de larga data.
Esta expansión comercial responde a un doble imperativo: por un lado, fomentando el crecimiento económico interno para contrarrestar la presión y las sanciones internacionales; Por otro lado, la construcción de redes económicas regionales que ofrecen nuevas rutas para el comercio y la inversión. Particularmente digno de mención es el enfoque en mejorar la infraestructura y facilitar el comercio transfronterizo, los esfuerzos destinados a transformar el borde de un límite en un espacio dinámico de intercambio y progreso.
Para Irán, la colaboración con Pakistán ofrece la oportunidad de romper el asedio económico impuesto por las sanciones occidentales, creando puntos de acceso alternativos a los mercados y suministros de energía. Para Pakistán, es una oportunidad para diversificar las relaciones comerciales y reforzar su estado como un centro estratégico en la región. La complementariedad es clara, y ambos estados parecen entender que sus futuros económicos están estrechamente interconectados.
Contexto geo-estratégico: entre rivalidad y cooperación
Es importante reconocer que las relaciones de Irán-Pakistán se desarrollan dentro de un tablero de ajedrez regional marcado por luchas de poder superpuestas. La creciente cercanía de Pakistán con los Estados Unidos, impulsado por el renovado interés en la cooperación comercial y de seguridad, agrega una capa de complejidad. Islamabad está intentando, en términos clásicos de política exterior pragmática, equilibrar sus lazos con los poderes globales al tiempo que preserva las relaciones tradicionales con los vecinos, especialmente Irán.
Para Teherán, esta ambivalencia paquistaní presenta un desafío innegable, exigiendo una política flexible que minimice el riesgo al tiempo que maximiza la oportunidad. Por lo tanto, la visita de Pezeshkian también puede leerse como un movimiento diplomático para consolidar las prioridades compartidas y evitar que las fricciones estratégicas no deseadas socaven una relación que ambas partes apuntan a profundizar.
Además, con la creciente presencia de China y la competencia continua entre los Estados Unidos y los poderes regionales, Irán y Pakistán buscan neutralizar la presión externa mediante la construcción de un bloque pragmático basado en intereses comunes. Su alianza podría servir como un contrapeso significativo en medio de rápidos cambios regionales y la incertidumbre derivada de la fragmentación de los espacios de poder tradicionales.
Identidad, cultura y tela social: el vínculo que sostiene la alianza
Lo que distingue a la relación de Irán-Pakistán es la profundidad de su interconexión cultural e islámica, un factor que trasciende la política estatal o el cálculo económico. La visita también se utilizó para resaltar estos lazos, llamando la atención sobre la historia compartida de los países, las tradiciones islámicas shi’a y sunitas, y la resonancia sociocultural de tales vínculos para legitimar los acuerdos políticos.
Este sustrato cultural actúa como un principio estabilizador y una narración de cohesión social que ayuda a fortalecer la confianza mutua. En una región donde las identidades a menudo están fragmentadas y politizadas bajo el peso de los intereses externos, el reconocimiento y el respeto por las tradiciones compartidas agregan una dimensión ética y simbólica a la alianza.
La articulación de estos elementos es un componente estratégico vital. Ayuda a proteger la relación de la volatilidad internacional y proporciona una plataforma para el diálogo que puede trascender la fricción política o estratégica a corto plazo.
Hacia una alianza pragmática y soberana
Ante varias complejidades, la Alianza Irán-Pakistán representa un esfuerzo serio para construir un modelo de cooperación estratégica y pragmática. No se basa en utopías o retórica máxima, sino en un claro reconocimiento de la necesidad de participar en beneficios mutuos y resiliencia compartida.
Este modelo parece adoptar la soberanía no como el aislamiento sino como la autonomía de la influencia externa, expandiendo las capacidades nacionales a través de la colaboración regional. La gestión efectiva de la frontera, el aumento del comercio y el apalancamiento de la solidaridad cultural e histórica apuntan a una hoja de ruta que fusiona lo tangible con lo simbólico.
A medida que ambos países avanzan con este proyecto, están creando una narración alternativa en una región a menudo definida por la hegemonía y la fragmentación. Esta narración aspira a construir un espacio de equilibrio donde, sin borrar sus diferencias, los intereses y proyectos compartidos pueden coexistir, dando forma a la dinámica de poder regional en sus propios términos.