Jorge Luis Borges sorprendió a todos los presentes cuando llegó a la audiencia en el Palacio de la Corte. Fue la primera y última vez que se acercó para escuchar un juicio oral, dijo después de haber asistido a la declaración de uno de los sobrevivientes de la Escuela de Mecánica de Arresto, Tortura y Exterminación de la Marina (ESMA) de la dictadura de 1976.
La elección no fue accidental, Borges podría haberse acercado el día de las acusaciones de defensa, la lectura del fracaso o haber ido a escuchar a más de una de las partes. Pero no, con casi 86 años, el 22 de julio de 1985, decidió asistir en el momento en que Víctor Melchor Basterra, un trabajador gráfico y militante de la base peronista, dio su testimonio en el Juicio a los tableros.
Basterra había sido secuestrada en 1979, junto con su esposa y su hija de dos meses, su hogar. En la antigua ESMA, el Picana eléctrico fue sometido a golpes durante su arresto ilegal, que no terminó el regreso a la democracia, sino que se extendió hasta agosto de 1984 porque permaneció bajo amenaza y vigilancia de la prefectura.
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Después de escuchar la declaración que se extendió durante varias horas, el escritor argentino se retiró impresionado, antes de terminar. Cuando se fue, describe al reportero del Journal of the Trial, un revuelo fue armado entre los periodistas lo que dijo Borges. No era necesario preguntarle: horas después, encarnó su mirada en una nota publicada en la Agencia EFE y el periódico El País de España.
Lo que se expresó en el texto dejó una marca en la historia argentina y su gira personal. Borges, quien inicialmente saludó la dictadura de Jorge Rafael Videla y lo conoció, ya había comenzado a volver a retroceder ese camino cuando en 1980 firmó la primera solicitada de las madres de Plaza de Mayo. En 1983, además, se había reunido con el ex presidente Raúl Alfonsín, en un claro gesto de apoyo.
Texto de Borges después de escuchar la declaración de Víctor Basterra:
“He asistido, por primera y última vez, en un juicio oral. Un juicio oral a un hombre que había sufrido unos cuatro años de prisión, látigos, vexars y tortura cotidiana. Esperaba escuchar que las quejas, los incentivos y la indignación de la carne humana y el sometido sin cesar a ese billete de los paneles que son el dolor físico. Algo diferente. Listado con coraje y con precisión.
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De las muchas cosas que escuché esa tarde y espero olvidar, referiré a la que más me marcó, para deshacerme de ello. Sucedió el 24 de diciembre. Llevaron a todos los prisioneros a una habitación donde nunca habían estado. No sin algún asombro vieron una larga mesa mintiendo. Vieron manteles, placas de porcelana, cubiertos y botellas de vino. Luego llegaron las delicias (repito las palabras del invitado). Fue la cena de Nochebuena. Habían sido torturados y no ignoraron que los torturarían al día siguiente. El Señor de ese infierno apareció y les deseó Feliz Navidad. No era una burla, no era una manifestación de sí mismo, no era un remordimiento. Fue, como dije, una especie de inocencia del mal.
¿Qué pensar sobre todo esto? Personalmente descieno del libre albedrío. Descere de castigos y premios. Discreto del infierno y el cielo. Almafuerte escribió: “Somos los anunciados, los planeados, / si hay un dios, si hay un punto omnisapiente; / y antes de ser, ya están, en esa mente, / los Judas, los Pilato y los Cristo”.
Sin embargo, no juzgar y no condenar el crimen sería alentar la impunidad y convertirse, de alguna manera, en su cómplice.
Es una curiosa observación que los militares, que abolieron el Código Civil y prefirieron el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina al ejercicio público de la ley, desean aprovechar los beneficios de esa Antigula y buscar buenos defensores. No menos admirable es que hay abogados que, desinteresadamente sin duda, se dedican a proteger a sus Denaders ayer. Borges, 1985.
LM/ML