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Burn the Ships: La vida comienza cuando dejamos de posponer

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Hay momentos en la vida que no admiten medias tintas. Momentos decisivos que nos requieren elegir claramente, libere lo que ya no es útil y avanza sin mirar hacia atrás. Llamamos a esos momentos “sin puntos de retorno”. Y ninguna imagen los representa mejor que la metáfora de “quemar los barcos”.

La historia nos lleva a 1519, cuando Hernán Cortés aterrizó con su tropa en tierras que conocemos hoy como México. Sabía que la tierra era hostil, incierta y desafiante. También sabía que muchos de sus hombres sintieron miedo y contemplaron la posibilidad de regresar. Es por eso que tomó una decisión radical: ordenó quemar los barcos que los habían traído. No había regreso. Solo avanzaba.

Quemar los barcos es una poderosa metáfora: cerrar la puerta del pasado, renunciar a excusas, abandonar el miedo disfrazado de prudencia. Está apostando a todo lo que el alma sabe lo que se debe hacer. Es elegir realmente.

¿Y si no hubiera más tarde?

Pero, ¿cuántas veces lo hacemos? ¿Cuántas veces posponemos con un “más tarde”, un “más tarde”, un “Why Ready”? ¿Cuántas relaciones están enfriando un mensaje que nunca llega, un abrazo que nunca ocurre, un perdón que nunca se solicita?

La vida a veces nos da más tiempo.

Charlie Harary contó una historia que me dejó pensando.

Sucedió solo un mes después del ataque a las Torres Gemelas, en octubre de 2001. Charlie fue invitado a cenar en una pareja amistosa. La noche pasó entre conversaciones y risas. De repente, en medio de la cena, una mujer que estaba en la cena se levantó sin previo aviso y salió de la habitación sin decir una palabra.

El silencio se volvió insoportable. Nadie se atrevió a preguntar, nadie quería molestarse. Los anfitriones, con el aspecto bajo y el alma encogida, simplemente dijeron:

“Bueno ella”. Está pasando por algo muy, muy difícil.

Luego contaron la historia que explicaba ese momento doloroso.

Esa mujer había perdido a su esposo en el ataque del 11 de septiembre. Trabajó en la segunda torre. Ese fatídico mañana había tenido una discusión común, de aquellos que cualquier pareja puede tener: palabras tensas, orgullo, heridas invisibles. Se volvió molesto para trabajar. Ella continuó con su rutina, sin imaginar que no habría despedido.

Cuando golpeó el segundo avión, estaba en un piso alto, por encima del punto de choque. Según los cálculos, solo tenía 20 segundos de vida.

Y en esos últimos segundos, ¿qué hizo?

No llamó a su jefe.

No pensó en su trabajo ni en sus cuentas.

No buscó resolver problemas materiales.

Llamó a su esposa.

Ella aún no había llegado a casa, así que dejó un mensaje en el contestador automático.

Sus palabras eran simples, sinceras y eternas:

“Soy el hombre más afortunado del mundo por tenerte. Lamento profundamente cada momento que no te hice feliz. Eres el mejor que Dios me dio. Te amo. Gracias por todo”.

Minutos después, ella llegó a casa. Todavía me duele la discusión, sin sospechar que era la última vez que escuchaba su voz en la vida. La televisión se encendió. Las imágenes repitieron el desastre una y otra vez, el humo, el caos. Y luego, su teléfono sonó con el mensaje.

Lo escuchó. Y su mundo se rompió en mil piezas.

Él creía que estaba salvando una vida, pero en realidad estaba devolviendo un milagro

Ese mensaje, ese último acto de amor sin condiciones o máscaras, sin orgullo o miedo, le mostró lo que realmente importa cuando no queda nada que perder. Hizo esa llamada porque siempre quiso hacerlo. Pero solo cuando supo que no había vuelta atrás, cuando todos los barcos fueron quemados, eligió lo esencial: el amor de su pareja.

Porque en ese momento lo despojó o lo despojó de todo accesorio: orgullo, ira, palabras no dicho. Eligió el amor. La verdad. Lo esencial.

Y lo hizo sin garantías, sin tiempo, sin la posibilidad de escuchar una respuesta. Porque cuando no hay nada que perder, solo hay lo que realmente importa.

¿Y nosotros? ¿Cuánto seguimos posponiendo esa llamada, ese perdón, esa frase que podría cambiar todo?

¿Cuántos seguimos navegando entre justificaciones, esperando el momento perfecto para hacer lo que sabemos que deberíamos hacer?

Vivimos como si tuviéramos todo el tiempo del mundo, pero no hay garantías de que haya mañana.

Entonces, ¿por qué no vivir como si hoy quemáramos nuestros propios barcos?

Vivir sin barcos para regresar

Quemar los barcos es llamar a tu padre después de años fuera. Se disculpa sin esperar a que el otro lo haga también.

Es decir “Te amo” sin temor a no ser correspondido. Es ciclos de cierre. Comience nuevo. Cree de nuevo.

Es elegir lo que el alma sabe … aunque la mente duda.

Propongo un ejercicio: tome un papel y escriba lo que diría si solo tendrá 20 segundos. ¿A quién llamarías? ¿Qué palabras dejarías?

No todo no tiene precio …

Y luego … no esperes al final para decirlo.

Vive como si no hubiera más barcos para escalar.

Porque cuando se queman los barcos, comienza el viaje a la vida que siempre quisimos vivir.

Rafael Jashes – Rabino

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